La relatividad del tiempo…

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rosas-tiempo

Cada momento tiene la extensión de tiempo exacta que el corazón necesita.

Peregrina.

La bailadora

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bailarina

¡Ardores, aromas y ritmos mantienes
en plural encanto y en prestigio vario,
y ardes y perfumas, en lentos vaivenes,
como un incensario!

José Juan Tablada

Peregrinando en la danza

Hereros, la tradición está siempre caminando

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Hace unas semanas visité la exposición de Sergio Guerra, un fotógrafo brasileño que convivió con los Hereros, etnia angoleña que vive en la inmensidad de las tierras áridas sin que nunca el  agua lave su piel que siempre está delicadamente protegida por aceites y fango.    Seres que respetan inmensamente a cada ser que len rodea, porque saben que de ellos depende su propia vida. La familia es el centro de su comunidad.   Cuando un bebé nace, tres mujeres lo acompañan y en el momento que su cuerpo toca la tierra con la que lo limpiarán sabe que nunca estará solo…

Las imágenes captadas por la lente de Sergio Guerra, me conmovieron profundamente tocando mis sentidos con los tonos ocre que enmarcan las miradas profundas, hereros sergio guerrasencillas y amorosas de cada uno de los rostros que invitan a conocerlos, a saber cuál es el secreto de esa paz que se encierra en la comisura de sus bocas.

 

«Somos un pueblo que ha recorrido un largo camino. Nuestras raíces vienen del Pueblo Muherero, llamados ahora Hereros. Todos nosotros venimos de un solo lugar y hemos cruzado muchas regiones. Pasamos por Botsuana y por Namibia y llegamos a Angola. Somos una familia. Con nosotros, llevamos nuestra Tradición, que es lo más importante. Que es el fin de todo.

¿En la vida?
hereros pastores ancestralesQueremos bueyes. Queremos que caiga la lluvia, para que éstos sobrevivan. Me preocupa mi padre, quien me dio bueyes para que los criara, y mi madre, que me nació.
Dormimos y amanece. Ordeñamos la leche, nos llevamos a los bueyes del corral al capim (pasto) y nos vamos a pastorear. Le damos agua al ganado, volvemos al sambo (aldea) y arreglamos las cercas. Dejamos que mamen los cabritos y volvemos a sacar leche. Anochece. Cuando vuelve a amanecer, todo se repite.

Encendemos el fuego todos los días, por la mañana y por la noche. No sólo para cocinar, sino también para nuestro bienestar. Nos dedicamos mucho a los animales. Son ellos lo más valioso que poseemos, éste conocimiento lo encontramos en nuestros antepasados. Son lo que nos permite vivir, nuestra fábrica. Nuestra vida.

Para que todos estemos a gusto, le damos un buey a una persona de nuestra familia. Si algún día hay un problema en nuestro sambo , nos dirigimos a aquella persona a la que le dimos el buey. Es como un banco, así funciona nuestro “dinero”. La riqueza, si está siempre en las mismas manos, se gasta muy rápido. Si tenemos a todos los bueyes en un sólo sambo y aparece una enfermedad, puede acabarse todo. Por ello, debe distribuirse entre amigos, nietos, sobrinos e hijos. Es por ello por lo que no se acaban, aquí, los bueyes.

niños y mujeres muhimbasPero cuando no cae la lluvia, tenemos que ayudar a aquellos que tienen mayor necesidad. Hoy somos ricos porque nos ayudamos los unos a los otros. Quien no tiene nada que comer, debe pedirle ayuda al prójimo. Traer a sus animales al capim del otro, para salvarlos… Nunca debemos expulsar a alguien de nuestro sitio si esa persona necesita ayuda. Cuando llegue la lluvia, ella volverá a su aldea.

Con nuestros corazones, pensamos que cuando hay lluvia ocurren todas las cosas buenas que queremos: nuestro corazón se sosiega. Es, la lluvia, lo principal de nuestra vida. Nos permite salir de aquí e irnos allá arriba a cultivar. Tener maíz, frutos silvestres y capim para nuestros animales.
Este nuevo tiempo está cambiándonos, sin control, y a nosotros nos gusta nuestra Tradición.

Cuando se habla del desarrollo de un pueblo, nuestros hijos creen que eso significa ponerse ropa y comprarse coches. Lo cual es abandonar la Tradición. Si no estamos atentos, si no sabemos hablar con ellos, podemos perderla.

hereros - niñoNosotros enseñamos la Tradición y los niños la miran como si se tratara de cuentos. Quizá, cuando vayan a la escuela, acaben sabiendo más que nosotros. Pero quien es educado en la escuela no dejará la Tradición, no va a abandonar su origen.

Me paso todo el día cortando madera para construir una escuela para mi Pueblo. Quiero hacer que mi tierra tenga otra conciencia. La gente de aquí, aunque no haya estudiado, entiende las cosas. Aquí, por ejemplo, no hay malhechores que matan a la gente o ladrones que matan para robar.

En nuestra Tradición, nunca abandonamos a nuestra familia.»

Este es un video realizado por el mismo Sergio Guerra que comparte textos e imágenes, estáticas y en movimiento que transportan hasta ese lugar en el mundo en donde viven los Hereros … Hay gente buena en el mundo … mucha gente buena…Hereros Angola

Peregrina.

Trémulos instantes

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Willy Ronis

 

De repente existen momentos con un extraño intervalo en el que los suspiros se pierden, los pensamientos que nacieron de las miradas mutan en etéreo elixir que empapa el solitario momento; se transforman en un sobrecogimiento del instante que se desvanece, trémulo, como las palabras que se pudieron haber pronunciado o las miradas que tal vez brillaron, o desearon haber brillado en ese instante de resplandor que existió… o existe … o existirá … ahora y siempre. Así se nos va la vida. En trémulos instantes de turgentes deseos.

Peregrina de instantes.

Llenarnos de pasión, entre el desierto y el oasis

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Anoche sentí haber escuchado en medio del delirio saturador del monólogo de Dupeyrón, lo que hace dos siglos fue escrito en el silencio apasionado de la poesía  trascendental y realista del filósofo y poeta norteamericano Walt Whitman.  Vivir de manera original, rompiendo paradigmas en las últimas décadas de 1800, seguramente no era cosa fácil; tal vez por eso sus palabras siguen tan vigentes o más que en esos tiempos.

oasis grises

NO TE DETENGAS
Walt Whitman 

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.

No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.

No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.

No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.

Somos seres llenos de pasión.

La vida es desierto y oasis.

Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.

No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.

No caigas en el peor de los errores:
el silencio.

La mayoría vive en un silencio espantoso.

No te resignes.

Huye.

«Emito mis alaridos por los techos de este mundo»,
dice el poeta.

Valora la belleza de las cosas simples.

Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.

Eso transforma la vida en un infierno.

Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.

Vívela intensamente,
sin mediocridad.

Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

Aprende de quienes puedan enseñarte.

Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros «poetas muertos»,
te ayudan a caminar por la vida

La sociedad de hoy somos nosotros:
Los «poetas vivos».

No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.

oasis_nam-in-geun

Aprender de mis desiertos y gozarme en mis oasis.

Oasis, fotografiado por Nam In Geun.

Al sereno

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La magia de la luz de Luna acaricia los agaves que se preparan para donarnos su secreto elixir.   Me encanto con el olor de la tierra húmeda y el rumor de los bichitos que se ponen a platicar en la penumbra, mientas mi mirada se pierde en el espacio que dejan la Luna y el lucero que la acompaña.

Caminando bajo el sereno, sintiendo como se me mete hasta los huesos.  Bendito el rebozo que me cubre.
Peregrina.

No me beses… ¡Tú no sabes besar!

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Amado Nervo nos cuenta que es indecible lo que gozan las flores con el riego nocturno.  El otro día, a las doce, sobre el pétalo aterciopelado de una rosa, como sobre la tela de un estuche, ¡ahhh! radiaba aún una gruesa gota de agua.   Había pasado allí una buena parte de la noche, dejándose penetrar por la luna.

Un viento suave la balanceaba en su hamaca olorosa de seda.

Pero avanzaba la mañana, ya el meridiano, y una saeta de oro del arquero divino, hirió en pleno corazón a la gota, tocándola en chispa maravillosa.

«Tengo miedo, ¡ay!, tengo miedo. Siento que empiezo a evaporarme… ¡Oh sol, no me beses, por Dios! Tus besos hacen un espantoso daño.   Me penetran toda, me abrasan, me disgregan…   Yo no quiero deshacerme, no quiero volatilizarme…  ¡No quiero perder mi individualidad!…  ¿Entiendes, oh sol?  No quiero perder mi individualidad.

«Yo reflejo a mi modo la naturaleza.  Soy un pequeño ojo cristalino, muy abierto, que la ve, que la admira desde este nido de terciopelo, desde esta cuna suave y bienoliente.    Llevo ya muchas horas divinas de vida harmoniosa.   Durante buena parte de la noche he reflejado la luna.   He sido, ya una perla, un zafiro místico, ya una turquesa celeste.  Después, la bóveda se ha pintado de un amarillo suave, y yo me he vuelto topacio.   A poco el cielo se tiñó de rosa, y he sido rubí.   Ahora soy diamante.   Y cuando las hojas del rosal se miran en mi espejo para contemplar su traje nuevo, recién cortado en punta, me convierto en esmeralda.
»No me beses, ¡oh sol! No sabes besar: haces mucho daño. No eres como la luna. Ella sí que sabía besar blandamente: al fin, mujer. Tú te pareces a un hombre sanguíneo, tosco y premioso.

»¡Ay!, siento que me deshago, que me desvanezco, que me pierdo…

»Sí, comprendo que eso de la transparencia absoluta es una cosa muy buena; que ser parte de la atmósfera húmeda es cosa muy conveniente; que flotar, volar, es cosa muy apetecible. Comprendo también que un poco de frío puede condensar mi humedad, y entonces ser yo parte mínima de una nube de esas que he visto pasar por la mañana y que parecen cuentos y milagros… Todo eso, sin duda, es bueno. Pero yo dejaría de ser gota, de ser gotita diáfana y temblorosa que soy: esta gotita acurrucada en el pétalo de una rosa, ¡y no quiero perder mi individualidad!


»¡Ay! ¡Ay!, que daño me haces…, ¡oh sol! Ya no me beses, ya no me be…ses. Yo soy u…na gotita… de agua…, una lu…mi…no…sa go…tita de agua… sobre un rosa…, sobre una ro…»


Estas fueron las últimas palabras de la gotita trémula que brillaba sobre el pétalo de una rosa…

Es difícil confundirse entre la multitud, cuando se es una delicada y hermosa gotita de agua, como la gotita de la fotografía de Andrew Osokin.

Peregrina.

La belleza de lo ineclipsable

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mayo 20th 2012 Joyas fotográficas

La Llorona

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Y cuenta la leyenda, en una de sus tantas versiones que . . .

Los cuatros sacerdotes aguardaban espectrantes. Sus ojillos vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban en busca de los gordos ajolotes. Después confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía. De pronto estalló el grito. Era un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en las alfardas y en los taludes de los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, que comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las crónicas antiguas han sido bien interpretadas y pareció quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyótzin. «¡Es Cihuacoatl!», exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.

— La Diosa ha salido de las aguas y ha bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente –, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.

Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.

Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señorío de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacías las aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo:

«…Hijos míos, amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima»

Venía otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes:

«…¿A dónde iréis? ¿A dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino? Hijos míos, estáis a punto de perderos…»

Al oír estas palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para finalmentente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncátzin en ese tiempo poseedor de su dignidad sacerdotal.

El emperador Moctezuma Xocoyótzin se atuzó el bigote ralo que parecía escurrirle por la comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo códice dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.

El emperador Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí escrito.

—Señor, — le dijeron –, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la destrucción de vuestro imperio.

Dicen aquí los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo y tú y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.

«¿Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre?» Preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.

«Así lo dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el Anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto a vuestro Imperio».

Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.

Por eso desde los tiempos de Chimalpopoca, Itzcoatl, Moctezuma, Ilhuicamina, Axayácatl, Tizoc y Ahuizotl, el fantasmal augur vagaba por entre los lagos y templos del Anáhuac, pregonando lo que iba a ocurrir a la entonces raza poderosa y avasalladora.

Al llegar los españoles e iniciada la conquista, según cuentan los cronistas de la época, una mujer igualmente vestida de blanco y con las negras crines de su pelo tremolando al viento de la noche, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la Nueva España y tomando rumbo hacia el Oriente, cruzaba calles y plazuelas como al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios y las imágenes iluminadas por lámparas votivas en pétreas hornacinas, para lanzar ese grito lastimero que hería el alma.

«¡Aaaaaaaay mis hijos! ¡Aaaaaaay, aaaaaaay! El lamento se repetía tantas veces como horas tenía la noche la madrugada en que la dama de vestiduras vaporosas jugueteando al viento, se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral musitaba una larga y doliente oración, para volver a levantarse, lanzar de nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago, que entonces llegaba hasta las goteras de la Ciudad y cerca de la traza.

Jamás hubo valiente que osara interrogarla. Todos convinieron en que se trataba de un fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor, bifurcando en mil historias los motivos de esta aparición que se transplantó a la época colonial.

Los románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.

Lo cierto es que desde entonces se le bautizó como «La llorona», debido al desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital de Nueva España y que por muchos lustros constituyó el más grande temor callejero, pues toda la gente evitaba salir de su casa y menos recorrer las penumbrosas callejas coloniales cuando ya se había dado el toque de queda.

Muchos timoratos se quedaron locos y jamás olvidaron la horrible visión de «La llorona» hombres y mujeres «se iban de las aguas» y cientos y cientos enfermaron de espanto.

Poco a poco y al paso de los años, la leyenda de La Llorona, rebautizada con otros nombres, según la región en donde se aseguraba que era vista, fue tomando otras nacionalidades y su presencia se detectó en el Sur de nuestra insólita América en donde se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje vaporoso, lanzando al aire su terrorífico alarido, vadeando ríos, cruzando arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.

Y cuenta la leyenda que el gemido nunca terminará … ¡Ayyyyy! ¡AAAAAyyyyyy!!!

Peregrinando, días nublados y húmedos de otoño, en vísperas de días de muertos
Peregrina.

Relato Leyendas Mexicanas.  Fotografías Brooke Shaden

Una razón más para vivir sonriendo

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Hoy es el cumpleaños de una  mujer de ojos grandes muy grandes.  Mi amiga vive sonriendo y con una actitud positiva ante la vida, por eso me recuerda a la Tía Ofelia de las historias de Angeles Mastretta en Mujeres de Ojos grandes.

«Hay gente con la que la vida se ensaña, gente que no tiene una mala racha sino una continua sucesión de tormentas. Casi siempre esa gente se vuelve lacrimosa. Cuando alguien la encuentra, se pone a contar sus desgracias, hasta que otra de sus desgracias acaba siendo que nadie quiere encontrársela.

Esto último nunca le pasó a la tía Ofelia, porque a la tía Ofelia la vida la cercó varias veces con su arbitrariedad y sus infortunios, pero ella jamás abrumó a nadie con la historia de sus pesares.  Dicen que fueron muchos, pero ni siguiera se sabe cuantos, y menos las causas, porque ella se encargó de borrarlos cada mañana del recuerdo ajeno.

Era una mujer de brazos fuertes y expresión juguetona, tenía una risa clara y contagiosa que supo soltar siempre en el momento adecuado.   En cambio, nadie la vio llorar jamás.   A veces le dolían el aire y la tierra que pisaba, el sol del amanecer, la cuenca de los ojos.  Le dolían como un vértigo el recuerdo, y como la peor amenaza, el futuro.   Despertaba a media noche con la certidumbre de que se partiría en dos, segura de que el dolor se la comería de golpe.   Pero apenas había luz para todos, ella se levantaba, se ponía la risa, se acomodaba el brillo en las pestañas, y salía a encontrar a los demás como si los pesares la hicieran flotar.  Nadie se atrevió a compadecerla nunca.  Era tan extravagante su fortaleza, que la gente empezó a buscarla para pedirle ayuda. ¿Cuál era su secreto? ¿Quién amparaba sus aflicciones? ¿De dónde sacaba el talento que la mantenía erguida frente a las peores desgracias?

Un día le contó su secreto a una mujer joven cuya pena parecía no tener remedio:   -Hay muchas maneras de dividir a los seres humanos- le dijo-.   Yo los divido entre los que se arrugan para arriba y los que se arrugan para abajo, y quiero pertenecer a los primeros.  Quiero que mi cara de vieja no sea triste, quiero tener las arrugas de la risa y llevármelas conmigo al otro mundo. ¡Quién sabe lo que habrá que enfrentar allá!»

Cuando sea grande quiero ser como tú…

Peregrina.

La fotografía de Alfred Stieglitz 1919 «Georgia Okeefe». La pintura es de la artista estadounidense Georgia Okeefe, finales del siglo XIX.