Chavala

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En 1914 nació mi abuela, un 10 de junio.  Vino a pintar el mundo con colores fuertes y contrastantes.  Hace ya varios años que mi abuela me dedicó este poema.  Hoy, quiero besarla con sus palabras y una margarita, abierta y sencilla como era ella.

margarita-para-mi-abuelaChavala de quince abriles, en que tu cuerpo se yergue cual las espigas de trigo, que están a merced del viento, se agitan con suavidad y nunca ven para el suelo.

Chavala de manos blancas que inquietas pintan sus flores que hicieron con ilusiones para formar ramilletes.

Chavala como las flores; mas tú tienes el perfume que está escondido en tu seno. Es perfume de misterio, es perfume que en tu vida, siempre sea da y no se pierde, siempre se escapa del pecho como don del infinito.

Chavala de los ojos bellos, color de destellos de agua.

Chavala de hermoso pelo, color entre rojo y oro.

Chavala piel de armiño, como pétalos de rosa.

Chavala de boca roja, chiquita y risueña.

Chavala de nombre bello… ¿cómo te llamas? Tú lo sabrás, yo no acierto.

Estás conmigo abuela,

Peregrina.

Padres, sean buenos con sus hijas.

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Hace poco tuve la oportunidad de platicar con un padre de familia del colegio en el que convivo con 70 niños de preescolar, sobre la relación afectiva que se tiene con los hijos; él tiene ¡4 chavales!

Le pregunté ¿cómo se desarrolla la habilidad de amar a dos o más hijos por igual? Yo tengo un hijo y no llego a imaginarme tener esa capacidad de amar a pesar de tener 70 niños con los que comparto diferentes experiencias, con ellos mi relación afectiva es muy diferente a la que tengo con mi hijo. Su respuesta me pareció muy interesante pero sobre todo de gran iluminación por lo que respecta a las relaciones interpersonales de tipo afectivo.

“No se trata de querer más a uno que al otro, sino que simplemente ellos, en su forma de ser, se diferencian y así mismo uno siente por ellos un amor a la medida de cada uno”

Ante esa respuesta, obviamente me nació otra pregunta… entonces ¿cada hijo es responsable de cuánto se le ama?

“No, no es ese el patrón, aunque quizás hay algo de verdad en eso. La relación y las manifestaciones de amor con respecto a los hijos varían precisamente porque su personalidad hace que uno se vincule con ellos de manera diferente, cada uno de ellos toca el corazón y se toca el de ellos de manera particular, a eso me refiero con amor a su medida. Más que cantidad, yo no puedo decir que ame más al uno que al otro pero sí que hay cosas que amo y me llenan del uno que no tiene el otro.”

Es decir que ¿mientras más hijos se tienen, la necesidad personal como padre viene satisfecha o llenada?

“No sé si «llenan», pero sí es algo así como que es lo que tienen, el complemento entre la forma de ser de uno y del otro, con relación a lo que tú como padre quiero o espero recibir y lo que puedo dar y se dejan dar. Es que eso también cuenta. A veces como padre no sólo es lo que uno recibe, porque como padre uno está más en función de dar, pero uno valora diferente uno y al otro. La dependencia, o interdependencia en las relaciones afectivas es algo en lo que hace falta balance.” Si tuvieras que definir el amor desde el punto de vista de las relaciones afectivas ¿cómo lo definirías?”

Creo que el amor es la forma en la que uno se da para permitir que la relación sea placentera para el otro pero también para uno mismo. Lo definiría como donación y libertad… dar hasta donde uno pueda, sin dejar de sentirse libre de hacerlo.

“Sí pero, quizás lo que quiero poner bajo la mira es el propósito del amor, porque efectivamente se da y se recibe, mas… ¿sabes por qué?”

Con el deseo de hacer feliz a quien esté contigo sin dejar de ser feliz uno mismo. Me parece que ahí está la clave del equilibrio. A la hora de hablar de la dependencia. Voy a sugerir una visión aparentemente egoísta sobre el amor. Verás, la cuestión de la retribución es esencial para que como humanos existamos individual y colectivamente; de hecho, sin ella se desintegra la colectividad. El balance entre lo social y lo individual existe cuando hay una sana retribución de lo que damos. Es cuestión de desarrollo y supervivencia, la necesidad de darnos es, sin falsas humildades, una necesidad proporcional a la de recibir“.

Por eso defino al amor como el darse.

«Sí estoy de acuerdo, pero en libertad de decidir hasta dónde. Ese es el punto. Algunas mujeres inteligentes, por ejemplo, escogen tan malas parejas ¿por qué? Muchas veces, la clave está en el tipo de amor que recibieron de sus padres y en particular de su padre durante su niñez. Cuando fueron niñas tan carentes de amor de sus papás, cualquier gato de tres pelos que les ofrece algo de cariño las deslumbra y caen en una relación tras otra con maltratos, decepciones, son mujeres muy maltratadas. Pero, cuando han tenido una relación llena de mucho amor por parte de sus padres que son su referente de masculinidad primario pues se valoran mejor a sí mismas y tienen una perspectiva más equilibrada del amor entonces… ¿por qué cito este ejemplo? Porque un amor en el que tengo exceso de expectativa, en el que espero suplir lo que nunca se me dio será probablemente un amor dependiente. Cuando hay un desbalance entre lo que puedo dar y lo que espero recibir (desbalance en el sentido de necesitar recibir más que dar) se dan estas dependencias enfermizas porque la vida está en función de lo que otros pueden hacer por mí y no en lo que yo puedo hacer por mí mismo y por otros.

Pero sucede algo: la independencia absoluta no es algo para lo que estemos diseñados. Siempre requerimos de los demás en diferentes niveles de dependencia. El punto es que, afectivamente, en los círculos más internos, tenemos necesidades profundas; sentidas necesidades de retribución: sentirnos admirados, valorados, amados, sentir que somos importantes para alguien y somos tenidos en cuenta. Más aún hoy cuando la mayoría de la gente es anónima y muy pocos son a los que les importamos realmente. Pero, afectivamente, está también la necesidad de desarrollarnos, la necesidad de crecer y transformarnos a través del amor. Entonces, una dependencia sana es una dependencia que de cierto modo es transaccional. Una dependencia en la que reconozco que afectivamente el otro me brinda amor y espacio para ser, una dependencia en la que yo intercambio lo que tengo para ayudar al otro a ser y sentirse amado. Cuando se reconoce esa mutua capacidad yo creo que es una interdependencia sana porque no es que me lo merezca o no me lo merezca (el amor dependiente y enfermizo todo el tiempo se pregunta por qué se merecía o dejó de merecer esto y aquello) ¡No! La interdependencia es voluntaria, es de naturaleza transaccional. Se oye feo, pero cuando dos personas se ponen de acuerdo en esto y se dan mutuo sustento, están poniendo de acuerdo sus voluntades y sus sentimientos para garantizar la necesaria retribución que les permita sostener en este nivel sus vidas y cuando uno de los dos, o los dos, ya no siguen, el otro es consciente de que tiene algo para dar, que es capaz de recibir y que si el otro no quiere seguir, pues duele pero, sabe que su vida es su vida que tiene que seguir adelante ya que alguien valorará lo que es y tiene y sigue. Corta con los vínculos si le toca. El amor dependiente dice “sin ti se me acabó la vida», «sin ti ya no podré vivir más». El amor que vive una sana dependencia dice: «me siento orgulloso de estar contigo» porque se reconoce la individualidad (tú y yo, unidos en el respeto mutuo) y el propósito de un mismo camino en pocas palabras, si cualquier persona espera a que en el camino de la vida lo carguen es un dependiente con problemas porque lo dejan y no camina solo. También está mal caminar sin darle la mano a nadie, porque tarde o temprano nos quedamos solos por el camino sin referentes. Lo ideal es caminar cada uno con sus piernitas pero tomados de la mano, hablándose por el camino, animándose para que se recorra del mejor modo posible”.

Vaya… ¡todo lo que puede desarrollarse de una curiosidad!

Con un solo hijo pero tantos niños a mi alrededor,

Peregrina.