Petrificarse

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El ser humano ha logrado detener el tiempo en estatuas que cuentan historias, traspasado así los umbrales de los siglos.

A la naturaleza también le gusta esculpir para detener el tiempo.  No sólo esculpe las rocas y árboles que crea y perfecciona sino que se vale de las caricias del agua y viento (a  veces suaves, a veces violentas) para convertir a la materia orgánica en piedra.

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No he tenido la fortuna de contemplar los bosques petrificados que subsisten al tiempo en algunas regiones argentinas, brasileñas o canadienses; sin embargo, me siento muy feliz porque he podido descubrir entre el basalto del Decumanus Maximus de Ostia Antica raíces y restos de troncos petrificados.

El camino principal de la antigua ciudad portuaria, construida por Anco Marcio -rey de la antigua Roma en el siglo VII a. C- está sombreada por los típicos pinos romanos.   Esta especie de pinos crece de forma pareja, casi a la misma altura y muestran sus troncos erectos, hasta abrirse en esponjosas copas como si fuera hongos de las que caen las piñas que esconden los deliciosos piñones blancos.    Las raíces que particularmente llamaron mi atención, están entrelazadas con la base de las piedras que fueron enterradas para marcar el camino.   El basalto negro, que de tanto ser caminado se presenta brillante y liso, invitando a caminr descalza; su negra inmovilidad contrasta con las ramitas secas que se sueltan de los pinos y cambian de lugar, crujen cuando las piso.

Mirando con atención la austera belleza de las piedras, descubrí unos nudos de madera que sobresalían lisos y brillantes.  Al tacto mis pies confirmaron  lo que los ojos habían supuesto, no era madera sino piedra.  Raíces petrificadas de árboles que ya no existen, y sin embargo continúan sosteniendo el camino que una vez sombrearon las copas de esos pinos desaparecidos en el tiempo.

Las nuevas cepas, logran abrirse paso entre la tierra, buscando su espacio expendiéndose como redes que sostienen al bosque.   Se adaptan, se enredan y van fortaleciéndose mientras atrapan en su exitencia aquello que las rodea. Se convierten en base vital de los árboles que crecen queriendo tocar el cielo.  Sin ellas, la montaña cede y la vida desparece.

¿Cuántos pasos han contado estas piedras? Me encanto al imaginar a la gente que paseaba por aquí, cuando estas raíces aún eran de leño y las copas de esos árboles sombreaban el camino de los romanos que vivían en Ostia, la esplendorosa edad augustea en la que Agrippa construyó el teatro, el foro, el acueducto o los baños termales de Neptuno. Edificios dedicados a deidades romanas, dieron paso a la cristiandad con la construcción de la basílica en el primer cuarto del Siglo V d.C. Curioso descubrir que a finales del Siglo IV murió Santa Mónica, madre de San Agustín, mientras de paso por Ostia, esperaban embarcarse hacia el norte de África. Mil historias entrelazadas entre las piedras y las raíces petrificadas de Ostia Antica, «La bocca di Roma».

Peregrina.

agosto 5th 2010 Joyas de todos los días