Música azul, Bruno Coulais

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No es sólo la belleza visual que manifiesta de forma tan clara la vida que fluye y confluye mientras las mareas suben y bajan en una eterna danza al ritmo de los seres que habitan sus aguas.  Es la combinación del amor y respeto a los mares;  el derroche de genialidad   para encontrar la  tecnología más novedosa que permita mostrar las mil formas   en las que  se manifiestan los océanos, el movimiento infinito en el que se expanden y contraen ola tras ola.

Suave o arrogante, con colores brillantes y cristalinos o tonos profundos y obscuros que nos hacen intuir la infinita distancia que nos puede alejar del fondo.  Así son las melodías que Bruno Coulais compuso para musicalizar cada uno de los movimientos del agua, cada una de las piruetas de los seres que la habitan, acompañando y enmarcando con una armonía precisa y cadenciosa el ritmo propio  del mar,  el canto y encanto de sus seres.

Esta monumental obra cinematográfica producida y dirigida por Jacques Perrin y Jacques Cluzaud (discípulos y herederos de la pasión y talento de Jacques Costeau) nos permite no sólo ver, sino sentirnos parte, por un  momento, de  la belleza inigualable de la profundidad mágica de los océanos que abrazan la Tierra. ¿Quién le puso Tierra a nuestro planeta? ¿Por qué no la habrán llamado Agua?

Océanos es una película tan profunda como su nombre mismo.  Aquí comparto «Oceans will be» la  canción que  acompaña los  títulos  finales.  Visita su página, únete  a la causa.  Que nuestra huella no siga destruyendo su belleza azul.

Peregrina.


Padre e Hija ~ In memoriam

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Música y movimiento salidos de tinta y agua me provocan sensaciones que se transforman en sentimiento que rueda húmedo y silencioso desde mis ojos.

Al ver este corto, me ha venido a la mente la imagen -sin música, ni tinta, ni acuarela- sino de sombras transparentes que pasan inalcanzables en mi mente. Es la evocación de sonrisas de niñas jugando con su padre, pequeñas que corren vestidas de terciopelo rojo en un parque húmedo, allá en un otoño de hace 38 años… Y un silbido que escucho lejano, como un susurro de viento…

No recuerdo el último beso que él me dio, pero tengo muy presente el último que yo le dí hace 38 años.

Bajo una bellísima luna llena de octubre,
Peregrina.

La elegancia y la belleza están por todas partes

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Cuando la elegancia se encuentra con la inteligencia, el resultado es la filosofía, la invocación de la magia que encierra la melodía de  la vida.

Ha pasado ya un año desde que comencé a leer La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.  Un año de haber comenzado a leer un libro, no quiere decir precisamente que me tomó un año leerlo de principio a fin, al contrario, ha sido uno de los libros que he leído con más ímpetu, tanto por la simplicidad de la historia en sí, como por la fluidez y belleza con la que está escrito.   Lo que quiero decir es que, después de haber llegado a más de la tercera cuarta parte del libro, comprobé lo que sentí apenas leí unas cuantas páginas:  La elegancia del erizo es uno de esos libros que se deben leer a pedacitos, para disfrutar el sabor de cada párrafo, el colorido con el que se tiñe cada uno de los capítulos que, en sí, son pequeñas historias, como las que nos ocurren día a día; anécdotas que encierran un sentido preciso o relatos de momentos que sostienen y arman la vida en su conjunto, siendo piezas únicas que pueden admirarse desde su individualidad.

Entonces volví al primer capítulo, dándome el tiempo para reflexionar y encontrar el motivo que puede tener cada una de las frases que le dan vida. Encontré un gran tesoro.

En la modernidad del mundo en que vivimos, se nos pierde el sabor de la elegancia, se nos adormece el sentido del arte y se aburre la creatividad que termina por irse a encerrar en rincones obscuros de nuestro interior.

Que esto pase cuando se tienen escasos  12 años de edad (o menos) preocupa enormemente.  Afortunadamente, el espíritu encuentra, o al menos intenta, la manera de surgir de la inanición en la que lo sumerge la banalidad de la sociedad moderna; tal vez sea por eso que los niños de hoy nos invaden con sus caprichos y síndromes varios, que utlizan como medios de defensa ante la falta de sentido que encuentran en nuestros estilos de vida.

En la historia de Barbery, la soledad de una inteligente niña de 12 años perteneciente a una familia de la alta sociedad francesa, se encuentra con el aislamiento por el que ha optado una modesta mujer de edad avanzada, amante de la filosofía, de la literatura universal, la gramática, las ciencias, las artes.  Una mujer que a sus casi 60 años, aprovecha cada momento libre para estudiar, mientras degusta humeantes tazas de té acompañadas de delicados bocadillos y refinada repostería, siempre refugiada en la portería de un elegante edificio parisino.

A medida que fui leyendo sus líneas, se abrieron ante mi historias contadas con la simplicidad con la que se vive en cualquier ciudad del planeta.  Descubrí la sencillez de vidas que transcurren en la búsqueda del sentido y trascendencia. Me encontré con almas que se reconocen al contacto de la primera mirada y comienzan  a vincular sentimientos y pensamientos que forman una plataforma desde la que se puede tener una perspectiva diferente de la vida: más diáfana, más amable.

Entre tratados de fenomenología, arte japonés y alta repostería portuguesa,  La elegancia del erizo me ha hecho reflexionar sobre los detalles que enmarcan el verdadero significado que puede tener el arte, una frase bien escrita, la melodía que escucho o el color de los pétalos de una rosa que al caer, muestran la perfección del movimiento que divide la vida de la muerte.

La película es, sin lugar a dudas, una obra de arte que hay que ver.  Pero el libro es, definitivamente, una obra de vida que encierra más de un motivo para ser leído y releído y vuelto a leer.

El final es, absolutamente, cautivador.

Mientras escribo esta reflexión, tomo una taza de té y evoco el silencio que enmarca el viento de octubre mientras la luz del sol de media mañana entra tenuamente por mi ventana y, como escribe Muriel Barbery,

«en cada sorbo, el tiempo se sublima».

Peregrina.