El día dorado de mi vida

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¡Mira mamita! ¡Es una niña! ¡Tiene mi lunar y me está apretando el dedo!

Esas fueron las palabras que mi madre escuchó cuando despertó de la profunda anestesia que le administraron después de que viviera con gran intensidad la larga y complicada travesía de un parto … que nunca se logró. Casi al final de las esperanzas, cuando tuvieron que decidir entre la vida de ella o de la criatura que aun no conocía, abrieron su vientre y en medio de su inconsciencia y la desesperación de un hombre que no dejaba de fumar en los pasillos contiguos, acompañado de una madre que suplicaba por la vida de su hija, ¡di mi primer respiro!

Cincuenta años hace de ese momento que yo, por supuesto, no recuerdo, pero que me viene contado con gran emoción por mi madre que nunca lo olvidará. Mi padre me sostenía entre sus enormes manos y sus ojos la miraban con profundo amor.

Bellísima, de piel suave como durazno, rosada como un delicado pétalo de rosa, cabellos de tonos cambiantes entre dorado y cobre y con ojos oliva y fuego.

Propósito, anhelo, angustia expectante. Deseos caprichosos, planes puntuales, decisiones audaces y cautelosos silencios.

De todo ha habido.

Dichas incontables, pérdidas amargas, dolores profundos y gozos magistrales. Orgasmos infinitos y lentos sacrificios. Maravillas y placeres; albricias y delicias. De todos los colores se han pintado mis días y en todos los azules he orado y alcanzado la contemplación divina. Amores eternos, amantes infinitos. Almas gemelas que en el paseo me han acompañado, besos profundos, creativos y progresivos que inspiran vida. Vida que absorbo con cada respiro, penetrante, profundo… eterno más allá de lo que veo y siento.

En el peregrinar hacia la trascendencia…

Peregrina.