Escríbeme un cuento

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Escríbeme un cuento, le decía.

Escríbeme un cuento que describa el secreto de tus sentimientos.

A veces, sus palabras caían en un extraño vacío de tiempo en el que quedaban suspendidas… atrapadas en el tintero. Pero otras veces, sus plegarias eran escuchadas y, mientras la luz oliva y fuego de sus ojos recorría las huellas de tinta dejadas sobre el papel rugoso, su imaginación trazaba siluetas  que se transformaban en imágenes dentro de su mente. 

lectora

Imágenes que danzaban siguiendo la cadencia de las palabras mientras los  párrafos, en movimientos lentos que se iban esfumando en su memoria, susurraban suavemente melodías que se transformaban en silencios que su cuerpo trataba de recuperar, como si fuera posible quedarse con cada punto, con cada coma… atrapar cada instante, suspendido como los puntos que dejan abierta una idea, incompleto un

pensamiento

 (Abría paréntesis que no se cerraban jamás…

Cada palabra escrita iba tomando un espacio especial, creando sensaciones que la hacían escapar del encierro en el que la fortuna de su estrella la había colocado y corrían hasta poder vivir esas fantasías pensadas para ella, por lo que ella significaba, o lo que ella creía ser dentro de la fantasía de quien, al leer esa petición, besaba con los pensamientos, el recuerdo que se plasmaba en alegóricas historias, siempre anónimas, siempre distantes, siempre imaginarias.

Realidades nacidas de silenciosos deseos frustrados.
Peregrina

 

>>Pintura de Lord Frederic Leighton, «Estudiando frente a un atril»,  Inglaterra 1877<<

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