Repetición, ritmo, silencio.

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Imaginen la obscuridad de una sala de cine, la luz tenue de la pantalla que comienza a mostrar imágenes de los Alpes franceses. El silencio del bosque y un cielo azul intenso, sin nubes, la sensación del viento frío. Pareciera que el tiempo se hubiera detenido y sin embargo tiempo fue lo que se necesitó para poder realizar esas tomas. Tiempo y paciencia para dejarlo pasar sin perder la esperanza ni cambiar la visión.

Generalmente, hacer una película toma tiempo, algunas más otras menos, dependiendo del proyecto pero… ¿21 años? ¡21 años para ver realizada una idea!

Me refiero a El Gran Silencio, un documental dirigido por Philip Gröning quien manifestó una gran tenacidad de espíritu y seguridad en su deseo de realizar este proyecto. Esperó hasta escuchar la respuesta a la solicitud que hiciera a la Orden de los Cartujos en 1984. Después de 17 años lo llamaron para aceptar, bajo ciertas condiciones de austeridad y silencio, que entrara al Monasterio y conviviera con los monjes durante un año. Dos años para prepararse antes de comenzar, dos años más en la postproducción… 21 años.

21 años para mostrar al mundo silencio. La vida en contemplación, el simple hecho de vivir el presente de la manera más austera y pura. Al inicio el impacto de esa austeridad de vida reflejada magistralmente en las imágenes crea una cierta ansiedad, se espera la aparición del primer actor, de la primera línea, en fin, poco a poco la ansiedad se torna en curiosidad hasta que el silencio va abrazando al alma y se entra en contemplación. Difícil creer que en un cine se pueda encontrar el espacio para la contemplación, porque después de un rato se deja de ver la película, los sentidos empiezan a afinarse y llega a crearse un encanto particular. El silencio seduce. La repetición de las actividades siguiendo un ritmo que crea armonía en la vida de los hombres que habitan el monasterio. Repetición, ritmo, silencio.

Contemplar la contemplación de otros. Entrar en silencio en la vida de quienes escuchan únicamente los sonidos de la naturaleza, los producidos por la vida diaria sin intervenir con las voces, haciendo que los pensamientos se manifiesten a través del trabajo y lograr que de la rutina diaria nazca la gran meditación a medida que se entrega en la perfección del trabajo y se vive el gozo del hacer.

En la carrera de nuestro vivir cotidiano dejamos de percibir la felicidad en los momentos simples y entonces buscamos grandes empresas que nos roban cantidades de energía, nos agotan. No nos percatamos de los olores que nos rodean, ni de la paz que nos proporciona respirar profundamente y saborear con calma los alimentos que consumimos.

Cada uno de los cuadros que nos presenta Philip Gröning nos invita a la meditación, a buscar en el silencio de nuestro interior, a vivir en contemplación. La campana que cada cierto tiempo anuncia el cambio de actividad. Un avión que cruza por el cielo infinito, tan alto, en silencio. De repente, una excursión en la que los hombres dejan salir sus voces en gritos de júbilo al deslizarse por la colina nevada como si fueran niños pequeños. Las manos jóvenes de un hermano que cura la piel seca y ajada de un anciano. Los cánticos de los monjes que se reúnen para orar a la luz de las velas. Repetición, ritmo silencio. Una y otra vez

Entre 19:30 y 20:00 horas: Acostarse.

23:30: Levantarse y oración en la celda.

00:15: Maitines seguidos de laudes (en la Iglesia). Laudes de la Santísima Virgen (en la celda), acostarse.

6:30: Levantarse.

7:00: Prima-Angelus.

8:00: Misa conventual en la iglesia. Lectio divina (lectura meditada de la Biblia).

10:00: Tercia. Estudio-trabajo manual.

12:00: Angelus-Sexta.

Comida-Recreación (trabajar, leer, tomar el sol…).

14:00: Nona.Trabajo manual-estudio (el equilibrio entre ambos será diferente en cada caso).

16:00: Vísperas de la Santísima Virgen.

16:15: Vísperas en la Iglesia. Colación-lectura-oración.

18:45: Angelus-Completas.

19:30-20:00: Acostarse.

No es que tengamos que permanecer en silencio y dejemos de interactuar con nuestros semejantes. Definitivamente esa es una elección de vida y se necesita vocación, pero sería interesante poner en práctica la dedicación al momento presente, enfocar nuestros sentidos en lo que hacemos y sí, en lo que decimos, para que cada una de nuestras palabras tenga un sentido constructivo y positivo para nuestra evolución y la de quien nos escucha.

Para mayor información sobre el estilo de vida Cartujo:  http://www.chartreux.org/index.php

¿Alguna vez has pensado en identificar las religiones por su olor?

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Monsieur IbrahimEscucha, huele. Con los ojos cubiertos por una venda, el muchacho percibe el olor a incienso en medio del silencio profundo que se intensifica al escuchar algún eco; su mirada se ilumina con la media luz que llega desde las ventanas del templo ortodoxo. En la segunda experiencia, sus ojos vuelven a dejar abierta la percepción absoluta al olfato y al oído, esta vez el olor de las velas despierta su sensibilidad y descubre que se encuentra en un templo católico, una tenue luz atraviesa el humo, matizándolo con los colores que atrapa en los vitrales por los que entra. En su tercera y última experiencia, antes de entrar el niño identifica el olor de gente. Huele a pies y sus manos bajan la venda para poder entender en dónde está. El anciano que lo guía lo confronta: «¿Acaso crees que eres mejor que los demas? Tus pies también huelen» El poder olerse y oler, tener la capacidad de sentirse y sentir la esencia de los demás reconforta al ser que ama sinceramente y acepta la naturaleza de las cosas sin etiquetarlas ni estigmatizarlas.

Monsieur Ibrahim abre ante los ojos de Momo una ventana a la simplicidad de la vida. Le enseña a bailar en el silencio de la meditación derviche, callar sus pensamientos para dejar que su corazón se libere y salga de la jaula que lo aprisiona, le permite bailar para que su corazón cante y se eleve a los cielos.

Momo descubre el valor de una sonrisa, con la que puede conseguir cualquier cosa, empezando por su propia felicidad, ¡es sonreír lo que da la felicidad!

Una película de Francoise Dupeyron basada en la novela “Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran” escrita por Eric Emmanuel Schmitt en la que Omar Sharif comparte magistralmente los diálogos con Pierre Boulanger.

Una joya que hace cantar los corazones.
Danzando en círculos infinitos,
Floria.

Una fábula sobre tolerancia adornada con arabescos y hadas.

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Ahora que el tema de la diversidad está tan de moda desde que el nombre del señor Barack Hussein Obama encabeza los diarios de todo el mundo, se me ha antojado volver a ver una película de dibujos animados y compartir una reflexión.

Nos complacemos en la diversidad de los sabores, colores, olores, sonidos, texturas… todo lo que hay en nuestro maravilloso mundo es hermoso y… si no es agradable, puede ser útil. Todo depende de la actitud con la que lo recibamos.

Nos desarrollamos en un universo de contrastes. Son tantas las variantes que puede haber para algo que, en ocasiones, es difícil decidir cuál es la que más nos complace, con cuál nos queremos quedar pero ¿qué pasa con las que no son de nuestro agrado? Bueno, en la gran variedad de seres que se regocijan en este planeta, habrá alguien a quien le parezca bueno, lindo o útil.

Sin embargo hay quienes no lo ven así y en lugar de dejarlo para otros, lo destruyen. En vez de aceptar las creencias de los demás, las menosprecian. No contentos con tener el poder obtenido por la fuerza, desean erradicar a quienes no se les asemejan.

Me parece realmente increíble que en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, un país en donde las razas y culturas se han mezclado para forjarlo a base de compromiso y trabajo, hayan tenido que pasar, desde 1789, 43 presidentes por la Casa Blanca para que finalmente uno de tez obscura esté al mando. ¡Una nación en la que millones de ciudadanos tienen ese mismo color de piel desde mucho antes de 1789!

Nunca habrá dos personas iguales, cada uno de nosotros es único y, sin embargo, en vez de apreciar la diversidad y respetar las ideologías que sean distintas a las propias, el ser humano no ha hecho otra cosa que tratar de igualar lo que le rodea, basándose en sus gustos anulando de ser posible lo que no se asemeje a sus ideales.

¡Busquemos lo novedoso, aprendamos de aquello que es distinto por el simple gusto de tener opciones para elegir en nuestro entorno! Enseñémosles a nuestros niños que el mundo es bello porque es variado.

Michel Ocelot, escritor, diseñador y director francés que ha producido películas animadas y programas de televisión, nos cuenta la historia de Azur y Asmar, dos niños criados en Francia como hermanos, uno rico y el otro hijo de la nodriza de la familia. La vida les mostrará que lo mejor que tienen es precisamente la diversidad de sus   culturas y razas. Una fábula sobre tolerancia adornada con arabescos, hadas y aventuras mágicas.  Disfrútenla… ¡por el simple hecho de ver algo diferente!

Peregrina.

Azur et Asmar