Viviendo en un lugar cálido y húmedo, tener un abanico en la bolsa es indispensable. Cuando lo muevo lentamente frente a mi rostro, es delicioso sentir la frescura que me hace reposar los pensamientos que se alborotan por el nerviosismo que desata el calor.
Hace unos días me mostraron un abanico con las varillas de madera labrada con finísimas florecillas. En el estuche tenía una tarjetita en la que explicaba brevemente los mensajes de amor o de rechazo que, según los movimientos que las damas en la antigüedad le daban, expresaban diversas frases; un código secreto de viento, tela y varillas sobre el rostro y manos. “Te quiero” “No me olvides” o “Deseo hablarte” son frases que se pueden decir sin palabras con el movimiento del abanico. Se trata del lenguaje que los enamorados usaban antaño para comunicarse y fueron dando pie a decenas de frases que pueden expresarse con un simple movimiento. De esta forma una dama podría decirle a su amado a la hora en que se encontrarían en algún lugar, que no sería posible el encuentro, que alguien los veía, que era una mujer comprometida o que no deseaba conocerlo.
Por ejemplo cuando el abanico era colocado cerca del corazón, significaba que el caballero en cuestión había ganado su amor.
Cerrar el abanico sobre el ojo derecho sinificaba “podré verte” y el número de varillas que dejaba abiertas indicaba la hora de la cita. Presentarlo cerrado preguntaba “¿me quieres?”. El abanico medio abierto y presionando los labios era una manera de decir “puedes besarme”. Tocar el borde con el dedo solicitaba “quiero hablar contigo”. Cuando una mujer escondía los ojos detrás del abanico abierto, expresaba “te quiero”. Golpearlo cerrado sobre la mano izquierda pedía “escríbeme” y si lo dejaba colgando entonces el joven tenía la esperanza de que “seguirían siendo amigos”. Para aceptar casarse las damas cerraban lentamente el abanico que mostraban totalmente abierto.
Este lenguaje también incluía expresiones de rechazo. Dos manos juntas sujetando el abanico abierto significaba “olvídame” acercarlo alrededor de los ojos pedía “lo siento”, sobre la mejilla izquierda “no”, abrir y cerrar varias veces lanzaba la queja de “eres cruel”, abanicarse lentamente le informaba que “estaba casada” y si lo hacía rápidamente le decía “estoy comprometida”, pero, si lo colocaba detrás de la cabeza con el dedo extendido entonces era un “adiós”, si lo posaba sobre la oreja izquierda gritaba “deseo deshacerme de ti”, cuando le daba vueltas con la mano derecha el mensaje era “quiero a otro” y moverlo entre las manos el mensaje era fatal “te odio”.
Ahora… si hace calor, encendemos el aire acondicionado y si queremos mandar un mensaje, ¡usamos el celular! Tiempos y tiempos.
Tengo un abanico abierto sobre mi corazón.