Una gota en su pelaje

Comentarios desactivados en Una gota en su pelaje

Llovía. Una de esas lluvias muy finas, con gotas tan delgadas que parecían neblina y no lluvia; gotas heladas, acompañadas de un viento ligero pero cortante que anunciaba nieve.  Así, con el suave rumor de esa aguanieve, la tarde se desvanecía lentamente, dejando pasar a la obscuridad que llegaba prematura. Ningún sonido rompía el golpeteo constante de las gotas que caían desde el tejado sobre las brillantes piedras de río que pavimentaban el callejón, al final del que se vislumbraba la tenue luz de una ventana iluminada por los brotes del fuego de la chimenea. Invitaba a entrar.  Ya desde el callejón se percibía la pacífica calidez del interior.

A través de los cristales empañados por el contraste de temperaturas, se distinguía la silueta de una mujer. Nada parecía distraerla, al menos eso daba a entender su mirada fija en cada una de las puntadas que iba dando con singular ritmo, mientras la aguja subía y bajaba traspasando el delicado entramado del tejido que sostenían sus manos. Poco a poco, los hilvanes tomaban forma y los matices de cada hilo de seda, marcaban los contornos y los fondos, dándole vida a un lienzo que se convertía en paisaje.

Recostado cerca del fuego, Kedisi disfrutaba del calor que se desprendía del chirriar de los leños ardientes. Delicado y refinado, de tanto en tanto lanzaba una mirada a la mujer que lo acompañaba y su ronroneo se dejaba sentir en la habitación. Sus ojos tomaban matices mágicos delante de las llamas que daban toques luminosos, tornando en azul profundo a uno y en verde brillante al otro, en cualquier otro momento habría distraído a los dedos de la mujer, claro, si no estuviesen los hilos de seda entre ellos.

De tanto en tanto, un suspiro detenía el ritmo de la aguja y el aro que sostenía el bordado caía sobre su regazo; entonces, extendía su mano para asir la taza y acercarla a sus labios. Aspiraba profundamente el vaporoso aroma del vin brulè, entonces su pensamiento saltaba de los hilos de seda a la sedosa textura de los cabellos de su esposo y evocaba los momentos cuando las especias y el vino hervían en la estufa mientras él le hacía el amor frente al fogón. Eran otros tiempos, cuando Kedisi no se estaba quieto y correteaba por todas partes mientras la lluvia llevaba el ritmo de las caricias de unas manos que rodeaban sus caderas y sus senos embriagaban a su amante. Eran otras gotas de lluvia cayendo sobre el empedrado del callejón, eran otros leños quemándose en la misma chimenea, eran otros los hilos que pasaban entre sus dedos…

La taza golpeó con un delicado tintineo el platito de porcelana que se rompió sobre el regazo de la mujer; al escucharlo, Kedisi se estiró y con su cola enroscó la mano que se extendió hacia él. Una gota de vino pintó el pelaje del gato que se acercó hacia esa mano inerte, frotando su lomo como si quisiera limpiar la mancha cual rubí sobre el armiño, Kedisi saltó con gran premura sobre regazo ocupado por el bordado y maulló para despedirse de la mujer que exhalaba el último beso con sabor a vin brulè.

 

Peregrina, entre hilos de seda.

La imagen: The wedding gift, pintura al óleo de Les Ray

Neblina y vapor

Comentarios desactivados en Neblina y vapor

La mañana no se iluminó del todo. Un sutil color grisáceo en el pedacito de cielo que aparecía por la ventana, le daba ese toque de somnolencia, de deseo de volver al retiro de los pensamientos que se encierran en la inconsciencia de los sueños.

Lentamente se estiró y sintió que su mente se llenaba al evocar su nombre, un nombre impronunciable, un nombre que sanaba los dolores de la fría soledad del cuerpo, clavándose en un rincón muy discreto, cálido y secretamente recogido de su corazón.

Era un nombre que no se gritaba al viento; sin embargo, llegaba con cada soplo y aparecía en tantos reflejos de la cotidianidad, se saboreaba en el delicado sorbo de té que despertaba sus sentidos al amanecer.

La memoria es un tejido de sensaciones que se manifiestan en el devenir de imágenes, situaciones que se confabulan para hacer estallar cápsulas de recuerdos.

Mientras su mente vagaba entre el vapor, las pantuflas se salpicaban con una que otra gota saltarina, escapada de la cortina que protegía la ducha, el espejo se empañaba y el aroma de té verde del jabón perfumaba su piel y el ambiente que poco a poco se hacía más denso.

El tintineo del teléfono dio fin al placer del agua corriente.

Tomando una de las toallas que había preparado al lado de la bañera, intentó alcanzar una de las pantuflas con la punta del pie, suavemente húmedo.

El teléfono volvió a sonar…

A pesar de la densidad de la neblina, el avión aterrizó antes de lo previsto. El aeropuerto lucía diferente cada vez que lo visitaba. Esta vez, posiblemente por el mal tiempo, había poca gente en los corredores que, además, habían sido ampliados en la última remodelación, por lo que fueron pocos minutos los que tardó en llegar a la sala para tomar el equipaje y pasar el centro de control de pasaportes. Estaba a unos minutos de volver a verla. Su mirada se perdía en otro tiempo, un tiempo de primavera, de besos y risas en medio de un paraíso entre cuatro paredes. Salió de prisa, tomó el móvil y marcó el número. Sus pasos eran rápidos. Las puertas automáticas se abrieron dejando ante su vista una densa neblina que hacía difícil vislumbrar el camino.

El tono del teléfono anunciaba el timbre al otro lado…

Sus pies resbalaron al intentar calzar la segunda pantufla…

Caminando distraído en sus pensamientos que evocaban la voz que respondería en breve, apenas sintió el golpe que lo hizo caer…

La cabellera, larga y mojada, se extendió sobre el mármol que comenzó a teñirse de rojo… Una vez más el timbre…

Su cabeza dio contra el pavimento y soltó el teléfono que dio un último aviso antes de caer y romperse.

La fatalidad del golpe en dos momentos inesperados…

Los labios no se volvieron a besar en este mundo, nunca más

La imagen es  una pintura al oleo de Pierre-Auguste Renoir, se titula «Lemons and Tea Cup»

Peregrina.