En la pared manchada por la humedad, colgaba una vieja cruz. Su espíritu respondía, con delicado tintineo de marimba el canto oscuro de su origen, cual eco lejano, después de cada Ave María.
Comenzó con movimientos que después siguieron a las notas. La interpretación fue surgiendo del sentimiento que nacía de cada pausa, entre cada silencio, cambiante como el movimiento de la seda. Luego llegaron las palabras que quedaron perfectas para el momento.
¿De qué sirve mi belleza
la riqueza,
pompa, honor y majestad,
si en poder de adusto moro
gimo y lloro
por la dulce libertad?
Luenga barba y torvo ceño
tiene el dueño
que con oro me compró;
y al ver la fatal gumía
que ceñía,
de sus besos temblé yo.
¡Oh, bien hayan los cristianos,
más humanos,
que veneran una cruz,
y dan a sus nazarenas
por cadenas,
aura libre, clara luz!
Dime, mar, que me aseguras
brisas puras,
perlas y coral también,
si hay linfa en tu extensión larga
más amarga
que mi lloro en el harén.
¿De qué sirve a mi belleza
la riqueza,
pompa, honor y majestad,
si en poder de adusto moro
gimo y lloro
mi perdida libertad?
Comentarios desactivados en Cleopatra en Nueva York
Desde hace varios años, Cleopatra en Nueva York es una pieza musical que acompaña por lo menos dos de las tardes de mis semanas. Con un ritmo que invita a transportarse a la nada de los pensamientos y soltar la respiración mientras los brazos se bambolean al ritmo de las caderas, el nombre que Nickodemus le dio a su versión, un tanto psicodélica, de un clásico egipcio le dan el toque de magia exótica a las fantasías que se pueden despertar al escuchar la voz que acompaña la cadencia de los instrumentos.
Y bien, Cleopatra sí está en Nueva York, y se erige majestuosamente en el Central Park, con poca cadencia, pero con muchos misterios insritos en sí.
Resulta que es uno de los dos obeliscos que fueron esculpidos en piezas de granito rojo de casi 21 metros de altura y con un peso que dista mucho de ser etereo: unas 180 toneladas. Los jeroglíficos egipcios que están inscritos encierran secretos que se pueden intuir al escuchar la composición de Nickodemus.
Fueron erigidos originalmente en la ciudad de Heliópolis alrededor de 1450 a. C., aunque el granito que las compone provenía de las canteras de Asuán, cerca de la primera catarata del Nilo.
Las inscripciones fueron ordenadas grabar unos doscientos años después por Ramsés II, para conmemorar sus victorias militares. Cuando fueron trasladados a Alejandría en el año 12, se instalaron en el Caesarium (un templo construido por Cleopatra) pero fueron derribados más adelante y quedaron enterrados, por desatino del destino, para que pudieramos observar la mayoría de los jeroglíficos que permanecen legibles a la fecha.
Dos obelisco: uno en Londres, (Westminster, a orillas del Támesis), fue humilde obsequio al Reino Unido que Mehemet Ali hizo en 1819, en conmemoración de las victorias de Lord Nelson en la batalla del Nilo y de sir Ralph Abercromby en la batalla de Alejandría de 1801. Pero como era un regalo muy costoso para los britanicos, se dieron el lujo de decir no, agradeciendo, claro pero negándose a financiar el pago del traslado a Londres, por lo que permaneció en Alejandría hasta 1877, cuando sir Erasmus Wilson patrocinó su transporte.
El otro, el que le me hace escribir estas líneas, se encuentra en los Estados Unidos y es conocido como «La aguja de Cleopatra en Nueva York». Ubicado en Central Park. Tras la apertura del canal de Suez en 1869, también un regalo que Ismail Pasha ofreció con la esperanza de cultivar las relaciones comerciales, formalizando el hecho su hijo y sucesor Tewfik Pasha en 1879. William H. Vanderbilt financió el traslado y el obelisco quedó instalado en el parque en 1881.
Piedras que cuentan historias, música que cuenta sueños … A mí me gusta esconder mis deseos y pensamientos en la cadencia de mis brazos y caderas cada vez que mis pies se deslizan en relevé acompañados de shimmies al ritmo de la composición de Nickodemus…
Comentarios desactivados en Tarab, el éxtasis en la música
En la cultura árabe, la fusión entre la música y la transformación emocional se resume en el concepto de tarab, que no tiene un equivalente exacto, por lo que no se puede taducir.
Definir una palabra no siempre es suficiente para expresar la esencia de un concepto.
Tarab en árabe, es un estado de éxtasis y sumisión en el que uno entra, mientras escucha con cuerpo y alma, la música.
Por allá del 1798, Guillaume Andre Villoteau se hizo acompañar por un equipo de estudiantes de la música en una misión encomendada por Napoleón a Egipto, su trabajo consistía en observar y explicar las diferencias de la música oriental y occidental. Entre las principales diferencias, Villoteau observó que la música árabe evocaba fuertes emociones que transmitían a quienes la escuchaban, manipulando sus sentimientos. Notó que con gran facilidad los escuchas podían entrar en estados de trance o meditación.
Después de treinta y cinco años, el escritor árabe Ahmad Faris Al-Shidyaqen viajó a Europa y entonces trató de explicar la misma diferencia, por lo que en sus escritos plasmó la forma especial en la que el público reaccionaba ante la música occidental. Llegó a la concluisión de que la música occidental era más adecuada para representar imágenes y conceptos, mientras que la música árabe tendía a dibujar una emoción.
Y buen, eso es el Tarab. No es el estilo de música, sino la escencia de la emoción que produce la música. El éxtasis que se origina al escucharla.
Bailar tarab, es bailar el sentimiento, la emoción, la escencia más pura de la música. En alguna ocasión, un percusionista les preguntó a un grupo de bailarinas de danza árabe que tomaban un curso de ritmos que él impartía: ¿Bailan tarab? Todas se quedaron con una expresión de duda en sus rostros.
Comentarios desactivados en El regocijo de la danza en luna nueva
La noche incipiente invita al regocijo de la darbuka y las monedas, la Luna es nueva y en su renacer alienta nuestros sueños, acrecienta las esperanzas y despierta las alegorías hechas música y movimiento.
Se abren las ventanas para compartir el ritmo, ¡escucha!… Danza el viento, danza el pensamiento y se mueve el sentimiento ¡Ven! Entra en la fantasía, en donde las estrellas guían los caminos y las dunas confunden los sentidos. Es la magia de la seda que se transforma en erupción de colores que encantan y cadencias que enamoran, mientras las fusiones de la danza marcan los ritmos misteriosos de los tiempos.
39 años vivo en mi corazón, intermitente en mis borrosos recuerdos y ausente ante mis ojos. Recuerdo las veces que tomaste mi mano al caminar y contemplaste mi cabello atado con una cinta azul.
Lacrimosa dies illa
qua resurget et favilla
iudicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus.
Pe Iesu, Domine,
dona eis requiem. Amen.
Día de lágrimas aquél
en que resurja del polvo
para ser juzgado el hombre reo.
Perdónale pues, Dios, piadoso Jesús, Señor,
dales el descanso. Amén.
Lacrimosa es una pieza musical dentro de La Misa de Réquiem en Re Menor, K. 626s de Wolfgang Amadeus Mozart basada en los textos latinos para el acto litúrgico católico ofrecido en las defunciones, se trata de la decimonovena y última misa escrita por Mozart. Mozart murió antes de terminarla, en 1791.
Estoy enredada en una cinta Möbius , escondida entre fractales. El infinito presente, constante, intermitente; sonido y silencio; pensamiento y ausencia… Divinamente humano, humanamente divino.
Paul Auster dice que el azar es un medio de recordar que no sabemos nada, que el mundo en que vivimos nunca dejará de escapársenos. Últimamente vivo al azar, tratando de abrir bien los ojos para atrapar la mayor cantidad de instantes y al final del día, maravillarme por no haberlo planeado y disfrutar de la perfección de sus resultados.
Claro, hay veces que no existe el encanto, probablemente mis ojos no fueron lo suficientemente vivaces para captar todos los momentos, suele suceder.
Azar y probabilidades, casualidades… Se le preguntó a una matemática recién titulada con honores, qué probabilidades existen de que dos personas que no se conocen, viviendo en ciudades diferentes, comenten con una tercera en el mismo día algo relacionado con una cinta Möbius y la respuesta fue: pocas, muy pocas, casi imposible.
El ángulo que me invita a asomarme con curiosidad es que escribí el primer párrafo justo después de haber visto el video del Canon del Cangrejo 1 à 2, compuesto en 1747 por J. S. Bach. En ese año, su hijo Carl Philipp Emanuel estaba al servicio del rey Federico II el Grande en Sanssouci como clavecinista.
Muchos años después, pero muchos, muchos, en 1858, los matemáticos alemanes August Ferdinand Möbius y Johann Benedict Listing descubren un objeto no orientable con una sola cara y un solo borde a la que le dan el nombre de «Cinta Möbius»
Me parece tan curioso que un siglo antes, en la mente de J.S. Bach las notas hayan diseñado algo que tomó forma un siglo después. Esa misma curiosidad me llevó a buscar al autor de este video y llegué a su página, en la que encontré -entre tanta matemática que difícilmente entiendo pero que me hace sentir agradecida por tanta maravilla- el laberinto infinito de los fractales.
Y bien, probablemente ahora que has leído hasta aquí dirás: «y bien… ¿Qué con todo esto? ¿Cuál es el punto?»
Casualidad. Que me encantan las casualidades. Que es sólo casualidad que en el momento de mi encuentro con el trabajo de Jos Leys, esté leyendo algo sobre Gottfried Leibniz y su descubrimiento del cálculo infinitesimal, basado precisamente en uno de los principios de su filosofía: la noción de continuidad de la naturaleza.
Todo está relacionado, desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande. El cálculo infinitesimal no es más que la expresión matemática de esa continuidad. Todo lo que es tiene razón suficiente. El universo es un sistema infinitamente armonioso, en el que hay a la vez unidad y multiplicidad, coordinación y diferenciación de cada una de sus partes, capaces de aprehender las conexiones esenciales entre todos los seres.
Por eso escribí que me sentía enredada en una cinta Möbius , escondida entre fractales. El universo en el que vivimos es divinamente humano y humanamente divino.
En la enorme industria generadora de sueños millonarios, la música es como una joya que se usa en una noche de gala: puede ser sutil y elegante como un pendiente de diamante o bien rebuscada e invasiva como largas cadenas de oro con piedras de colores. Ya desde su inicios, en la época del cine mudo, las historias se adornaban con el ébano y el marfil de un músico en la sala que transmitía sus propios sentimientos mientras miraba la trama como un espectador más.
Desde entonces, la columna sonora de una película ha llegado a ser como un armazón que se teje desde el tema de inicio, engarzándose nota a nota a través de cada una de las piezas que acentúan el fondo de cada escena, hasta cerrar con la composición final que engloba el sentido de la historia.
Quien ha visto cada una de las películas nominadas en la categoría de mejor banda sonora, sin duda se habrá dejado llevar por la música que logra enfatizar el silencio de los personajes y hacernos sentir su desolación; remarcar el paisaje y darnos la certeza de que nuestros pies logran salir de la mirada y entrar en la pantalla para poder caminar sobre las rocas encendidas por el sol que se pone; sentir el frío del viento que desplaza la fantasía y la convierte en vuelo de una realidad que nos lleva a toda velocidad hacia el inmenso azul de la libertad; alargar los segundos mientras cada milésima sirve como un gancho que detiene la caída de un sueño que no se sabe si concluirá al abrir los ojos en la realidad o convertirá el limbo en una realidad eterna.
Hoy sabremos quiénes serán los artistas que tendrán un Oscar en su colección de éxitos. Mientras te invito a escuchar esta selección de nominados:
Alexandre Desplat «The King’s Speech«. Sonidos de corte clásico para una película que cuenta la historia más allá de la historia de una época que, hasta la fecha, causa grandes controversias. A.R. Rahman «127 Hours«. Su característica originalidad que nace de la mezcla del oriente con el occidente. John Powell «How To Train Your Dragon«. Discípulo de , marca su propio estilo con una composición de fondo de fantasía celta. Trent Reznor & Atticus Ross «The Social Network«. Moderna, con tintes electrónicos que logra manifestar la frialdad del pensamiento del visionario del gran emporio virtual. Hans Zimmer «Inception«. La orquesta es la base de sus composiciones monumentales que logran hacer sentir la gravedad cero y la rapidez de la caída libre. Mi favorita en esta categoría.
Comentarios desactivados en Música azul, Bruno Coulais
No es sólo la belleza visual que manifiesta de forma tan clara la vida que fluye y confluye mientras las mareas suben y bajan en una eterna danza al ritmo de los seres que habitan sus aguas. Es la combinación del amor y respeto a los mares; el derroche de genialidad para encontrar la tecnología más novedosa que permita mostrar las mil formas en las que se manifiestan los océanos, el movimiento infinito en el que se expanden y contraen ola tras ola.
Suave o arrogante, con colores brillantes y cristalinos o tonos profundos y obscuros que nos hacen intuir la infinita distancia que nos puede alejar del fondo. Así son las melodías que Bruno Coulais compuso para musicalizar cada uno de los movimientos del agua, cada una de las piruetas de los seres que la habitan, acompañando y enmarcando con una armonía precisa y cadenciosa el ritmo propio del mar, el canto y encanto de sus seres.
Esta monumental obra cinematográfica producida y dirigida por Jacques Perrin y Jacques Cluzaud (discípulos y herederos de la pasión y talento de Jacques Costeau) nos permite no sólo ver, sino sentirnos parte, por un momento, de la belleza inigualable de la profundidad mágica de los océanos que abrazan la Tierra. ¿Quién le puso Tierra a nuestro planeta? ¿Por qué no la habrán llamado Agua?
Océanos es una película tan profunda como su nombre mismo. Aquí comparto «Oceans will be» la canción que acompaña los títulos finales. Visita su página, únete a la causa. Que nuestra huella no siga destruyendo su belleza azul.