Una ventana con geranios

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La tarde avanzaba lenta, pesada, como si cada una de las grises nubes que cubrían el cielo se recargaran sobre los recuerdos.  Los pensamientos se desvanecían, así como poco a poco, al disiparse la lluvia, el viento iba dejando pequeños espacios de azul. ¿Será posible que una nube pueda recargarse en los recuerdos? ¿O son los recuerdos que se recargan en las nubes y aprovechan su paso, lento y constante, mientras la tarde del domingo se disuelve en los segundos y la vida continua casi sin sentirse?

Así pasaba el tiempo, a pesar de que el cielo no brillaba, a pesar de que los recuerdos deseaban salir entre el gris y el azul. Desconciertos entre los dedos, acariciados por el tiempo; magia que se distribuía entre los vapores de la húmeda calidez que había dejado la lluvia.

Las hojas de la ventana azul se abrían de par en par, dejando frente a la vista un horizonte que se entonaba con el marco de madera vieja. Sobre el alféizar, los jarrones de barro que declaraban el tiempo que los había manchado de moho, soltaban carcajadas en cada uno de los vibrantes ramilletes de geranios que alegremente se abrían deseando recibir al majestuoso sol que no los había acariciado aún. Otros tiempos habían iluminado el regocijo de sus colores.

El recuerdo de esos tiempos se soltaba mientras el viento despeinaba sus cabellos. Otros días habían sido azules los cielos y brillantes los rayos del sol. Otros días habían contemplado el júbilo que se desenredaba entre sus cabellos volando fuera de de esa misma ventana y en el vacío que se abría hacia el acantilado se perdía el placer de sus gemidos.

Su mirada viajaba en el infinito y las olas de su orgasmo acompañaban la furia del océano que se unía al vaivén de la virilidad de su amante: manos fuertes que podrían destrozar su cintura en un solo apretón. Dedos toscos que contrastaban con la delicadeza de sus senos, ojos fieros que exaltaban la belleza que se abría para recibirlo.

Era todo y era nada. Gritos y gemidos. Carcajadas y silencio. Suspiros y cálido aliento que soplaba exhausto tras su oreja, reposando sobre su cuello.

El sol desaparecía. La tarde. La lluvia. Los pétalos de aterciopelados geranios recibían las gotas y las dejaban caer resbalosas. Místicamente transparentes se perdían en el fondo del acantilado retornando al océano.

Hoy, los suspiros se confundían con el murmullo del mar, sonrojada por los recuerdos, como las hojas del geranio, se sentía trémula y sollozante apoyada sobre el alféizar.

Las gotas de lluvia se posaban sobre los pétalos de otras flores del mismo geranio que conocía la historia y la contaba en cada ramillete, como suave poesía.

Tardes de domingo, en el peregrinar de la incertidumbre,

Peregrina. 

 

Notas de una tarde dorada

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La música también cuenta historias, aquellas que no tienen palabras, las que se quedan secretamente guardadas en un rincón del corazón. La música es un secreto del alma convertido en melodía, la transformación de los sentimientos que, disimulados y furtivos, se distienden tanto que no caben más en el corazón; dejan su escondite y se convierten en melodías, un lenguaje que no todos logran comprender, un código que misteriosamente conecta almas.

Hace un tiempo comencé a escribir una serie de cuentos cortitos, aquí uno de ellos.
 

Eran tantas las notas caídas sobre las líneas de aquel pentagrama manchado de sueños, tantos los acordes que sonaban todavía en su mente. Una tras otra, las notas se deslizaban rítmicamente invitando a sus pupilas a danzar siguiendo el ritmo de la mano que trazaba puntos y líneas transformando los recuerdos en música: la transformación del silencio guardado en lo más profundo del inconsciente.

Una suave brisa soplaba a través de la cortina de delicada gasa que caía delante de la ventana, con movimientos cadenciosos se abría para que el intenso arrebol que teñía la tarde se pudiera observar desde la altura del piso diez, el paisaje contrastaba con las notas que él iba escribiendo, notas que se impregnaban con la armonía de la humedad y los acordes del relámpago. Mezclaba a la perfección los sonidos y silencios que regalan las gotas de la lluvia al caer sobre la selva. Y el olor del recuerdo volvía a llenar su mente y más notas salían de su mano cayendo sobre el papel manchado de recuerdos.

En su mente se mezclaban las caricias, los besos, los suspiros. El adiós. Uno nunca está preparado para amar tanto y mucho menos para dejar de amar al improviso.

El lápiz cayó sobre el escritorio. Su mano acarició el papel como si quisiera recoger todas esas notas en una sola y lentamente la subió hasta su frente, pasándola sobre sus cabellos, como si así pudiera unir lo que al tacto recogió con los pensamientos que aún se arremolinaban en un desordenado contrapunto.

Cerró sus ojos.

Y…

Lo volvió a besar. Sus labios se posaron delicadamente sobre aquellos que se ofrecían cual soberbios frutos como antesala de un manjar. Sintió la suave caricia de su aliento y en un suspiro, sus ojos se clavaron en el mar de una mirada, fundiéndose en una pasión despreocupada.

La tarde tomó un tono dorado que se desvaneció lentamente mientras las ropas cayeron sobre el piso, convirtiéndose en una noche iluminada por la suave luz de luna que dibujaba sus rostros. Suspiros y susurros que arrancaban el silencio y lo volvían a dejar en su lugar para hacerlo rebotar con risas y palabras pronunciadas sin prisa. Todo termina.

La lluvia cesó. No la había notado hasta que dejó de escucharla. No había notado que el compás de sus caderas fue marcado por el caer del cielo en pedacitos. Hasta que el silencio llegó con aroma de tierra mojada, notó que había sido el estruendo del trueno lo que enmarcó el arco de voluptuoso placer que ella había dejado sobre su cuerpo. Las miradas extraviadas al vestirse, la cadencia de los movimientos perdiendo la noción del tiempo en una realidad que no quería encontrarse.

La sinfonía se había escrito. Las caricias se habían ido pero las notas seguirían contando la historia y su corazón seguía bailando en la punta de sus dedos.

Cuentos entre notas imaginadas, peregrinando en la cuarentena…
Peregrina.

Y si …

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¿Y si la vida no vuelve a ser como la que vivíamos antes de esta pandemia? ¿Y si las sonrisas se tengan que cubrir por trozos de tela para siempre? ¿Será que poco a poco estábamos preparando esta separación con nuestras actitudes?

Sí, poco a poco hemos estado preparando esta separación. Es que … Creo que nos sonreímos muy poco. Si subes a un transporte colectivo, observas a la gente en un centro comercial, la mayoría está metida en una pantalla de celular y si su mirada se cruza con la tuya, su aspecto es frío y ausente, indiferente y, en ocasiones, hasta amenazador.  Bueno, esto lo he puesto como si pudiera ser posible, de cualquier forma, imaginemos lo que sucedía hace unos meses y era eso: indiferencia generalizada.

Me gustaba hacer algo cuando iba caminando por la calle, o estaba en una plaza sentada observando a la gente, o iba manejando. Me gustaba ver a los ojos de alguien y sonreír. La mayoría de las veces, este gesto causaba mucho asombro.

Recuerdo cuántas veces, sentada en mi auto mientras esperaba la luz verde para avanzar, giré hacia el auto a mi lado para buscar los ojos del conductor y sonreír. La mayoría de las veces mi sonrisa era correspondida, muy rara vez encontré una mirada arisca y nunca un insulto, a lo mejor una mirada de sorpresa, pero luego saltaba la sonrisa que difícilmente se queda quieta cuando otra sonrisa la llama.

En una ocasión, quien conducía era una chica y a su lado viajaba un joven; giré, sonreí y él me sonrió con gran naturalidad mientras ella me miró con ojos de rivalidad, entonces levanté mi mano y la saludé sonriendo. Ella recapacitó y me saludó, creo que pensó que nos conocíamos y no me recordaba,  ¡no era que estuviese coqueteando con su novio!

De cualquier forma, al punto que quiero llegar es que, al cubrir nuestra boca, ahora que debemos usar las mascarillas para evitar contagios, deberé acentuar la sonrisa para que sean mis ojos los que expresen ese mensaje silencioso que tanto caracteriza al ser humano.

Te invito a hacer lo mismo, verás que resulta muy divertido y te hará sentir bien.


Peregrinando entre sonrisas, con cubre bocas.
Peregrina.