Descubrí este poema de Elizabeth Bishop hace poco, fue leerlo y encantarme con la deliciosa cadencia en la que sus palabras acompañan la imaginación, esa forma en la que describe la aterciopelada y suave sensación de la caricia de una cabellera. El tiempo se detiene cuando los dedos se pierden entre sus hebras.
Silenciosas explosiones sobre las rocas,
los líquenes crecen
propagándose en grises, concéntricas descargas.
Han acordado reunirse con los anillos en torno a la luna, aunque
en nuestros recuerdos no han cambiado.
Y ya que los cielos nos servirán
durante tanto tiempo,
has sido, querida amiga,
precipitada y pragmática,
y mira lo que pasa. Pues el tiempo,
si algo es, es dócil.
Las estrellas fugaces en tu cabello negro
en brillante formación
¿adónde acuden,
tan resueltas, tan pronto?
Ven, déjame que lo lave en esta gran palangana de hojalata,
golpeada y lustrosa como la luna.
Mis cabellos están transformándose en rayos de luna que brillan y contrastan con los cobrizos que se niegan a desaparecer… No quiero que desaparezcan, pero tampoco quiero teñir la blancura que despunta entre mis hebras castañas. Tiempo, sé dócil…
Peregrina.
Recomiendo llorar siempre que no tengas palabras, para que tu espíritu ría cuando éstas te sobren.
Porque reírse con alguien es también una forma de decir que le amas.
Llorar libera el alma, cuando las palabras no logran expresar su verdadero sentir. Cuando es tanta la felicidad, también el alma llora, porque sólo ella sabe cuánto ha dolido llegar a esa felicidad.
Entonces, llorar es la manifestación más pura del sentir del espíritu y por eso, deberíamos tomarnos más en serio cuando un par de gotas recorren nuestro rostro.
Lágrimas.
Peregrina.
La luna es… ¡Masculino!
Descubrir que mi referente femenino por excelencia es la representación masculina de la energía según la tradición árabe-romaní, ha sido … Desconcertante…
Luna… A sus pies he dejado secretos, sueños, anhelos, virtudes y pecados. Luna… Me sentido siempre tan identificada con sus ciclos, la influencia de su redondez y su lenta desaparición, para volver a surgir de la sombra. No es fácil identificar como símbolo masculino, a un referente que es el femenino por excelencia en las tradiciones en las que me he formado.
No es sólo eso. Ha sido también desconcertante escuchar que la Luna, según la tradición árabe, ¡no mengua! Siendo masculino, solamente crece, ¡siempre crece!
No puedo trasladar toda esa ideología a mi danza. No me siento cómoda pensando en que Luna es un elemento masculino que rige mi condición de bailarina, en la que manifiesto todo lo femenino que hay en mí. Al bailar, mi femineidad llega a su máxima expresión en cada uno de mis movimientos y se siente totalmente identificada con la redondez plena de la Luna llena y mengua y renace en los ciclos de la expresión de mis caderas cuando recorren círculos y semicírculos que la evocan.
Luna será para mí la manifestación más femenina de la luz en el cielo: la contemplación de su redondez llena mi semblante y me acojo a su presencia cuando la veo reinar plena y majestuosa en la infinita negrura del cielo nocturno. Luna me acuna cuando mengua, me desvela cuando resplandece y me hipnotiza cuando desaparece…
Definitivamente, me sigo identificando con la parte más femenina de la redondez de la luna y su encantador hechizo brillante.
Peregrina lunar.
No existiría la sombra si una luz no le diese vida,
así como no puede haber un suspiro si la evocación no lo alienta.
Desde lo más insensible hasta la membrana más dispuesta a vibrar
por la cercanía de tu aliento,
mi sombra se desvanece
cuando la tuya aparece y la cubre en tortuosas cadencias
que se transforman en tu obscura presencia penetrando mi sombra.
La luz…
Ese reflejo que se cuela
a través
de la ligera abertura que queda entre las cortinas
anunciando el rayo de luz que da vida a la sombra
y llega
para matar el manto de aterciopelada negrura que cubría nuestro lecho,
cuando tu aliento aún no se desvanecía entre el mío.
Buen día… Deliciosa sombra
Peregrina, entre deseos y placeres sostenidos.