La elegancia y la belleza están por todas partes

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Cuando la elegancia se encuentra con la inteligencia, el resultado es la filosofía, la invocación de la magia que encierra la melodía de  la vida.

Ha pasado ya un año desde que comencé a leer La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.  Un año de haber comenzado a leer un libro, no quiere decir precisamente que me tomó un año leerlo de principio a fin, al contrario, ha sido uno de los libros que he leído con más ímpetu, tanto por la simplicidad de la historia en sí, como por la fluidez y belleza con la que está escrito.   Lo que quiero decir es que, después de haber llegado a más de la tercera cuarta parte del libro, comprobé lo que sentí apenas leí unas cuantas páginas:  La elegancia del erizo es uno de esos libros que se deben leer a pedacitos, para disfrutar el sabor de cada párrafo, el colorido con el que se tiñe cada uno de los capítulos que, en sí, son pequeñas historias, como las que nos ocurren día a día; anécdotas que encierran un sentido preciso o relatos de momentos que sostienen y arman la vida en su conjunto, siendo piezas únicas que pueden admirarse desde su individualidad.

Entonces volví al primer capítulo, dándome el tiempo para reflexionar y encontrar el motivo que puede tener cada una de las frases que le dan vida. Encontré un gran tesoro.

En la modernidad del mundo en que vivimos, se nos pierde el sabor de la elegancia, se nos adormece el sentido del arte y se aburre la creatividad que termina por irse a encerrar en rincones obscuros de nuestro interior.

Que esto pase cuando se tienen escasos  12 años de edad (o menos) preocupa enormemente.  Afortunadamente, el espíritu encuentra, o al menos intenta, la manera de surgir de la inanición en la que lo sumerge la banalidad de la sociedad moderna; tal vez sea por eso que los niños de hoy nos invaden con sus caprichos y síndromes varios, que utlizan como medios de defensa ante la falta de sentido que encuentran en nuestros estilos de vida.

En la historia de Barbery, la soledad de una inteligente niña de 12 años perteneciente a una familia de la alta sociedad francesa, se encuentra con el aislamiento por el que ha optado una modesta mujer de edad avanzada, amante de la filosofía, de la literatura universal, la gramática, las ciencias, las artes.  Una mujer que a sus casi 60 años, aprovecha cada momento libre para estudiar, mientras degusta humeantes tazas de té acompañadas de delicados bocadillos y refinada repostería, siempre refugiada en la portería de un elegante edificio parisino.

A medida que fui leyendo sus líneas, se abrieron ante mi historias contadas con la simplicidad con la que se vive en cualquier ciudad del planeta.  Descubrí la sencillez de vidas que transcurren en la búsqueda del sentido y trascendencia. Me encontré con almas que se reconocen al contacto de la primera mirada y comienzan  a vincular sentimientos y pensamientos que forman una plataforma desde la que se puede tener una perspectiva diferente de la vida: más diáfana, más amable.

Entre tratados de fenomenología, arte japonés y alta repostería portuguesa,  La elegancia del erizo me ha hecho reflexionar sobre los detalles que enmarcan el verdadero significado que puede tener el arte, una frase bien escrita, la melodía que escucho o el color de los pétalos de una rosa que al caer, muestran la perfección del movimiento que divide la vida de la muerte.

La película es, sin lugar a dudas, una obra de arte que hay que ver.  Pero el libro es, definitivamente, una obra de vida que encierra más de un motivo para ser leído y releído y vuelto a leer.

El final es, absolutamente, cautivador.

Mientras escribo esta reflexión, tomo una taza de té y evoco el silencio que enmarca el viento de octubre mientras la luz del sol de media mañana entra tenuamente por mi ventana y, como escribe Muriel Barbery,

«en cada sorbo, el tiempo se sublima».

Peregrina.

2 Responses to “La elegancia y la belleza están por todas partes”

  1. Carla Says:

    Me encantó este post. Muy efectivo.

  2. Onix Says:

    Un libro extraordinario. Quien me lo recomendó me anticipó sorpresas que, en efecto, conmovieron mi interior.