Líneas invisibles de una larga caligrafia: elefante

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Estas líneas estaban reservadas para un elefante en particular -ya platicaré de él en otro espacio. Curiosamente, cuando estoy casi al final de la lectura de un libro de José Saramago se me atraviesa en el camino de las letras la imagen de un paquidermo que me dio un beso con su mirada, una mirada que, sin verme, me ha abrasado el corazón.

Y después de esta imagen de Gregory Colbert que genera tantas sensaciones, vamos a leer el poema «El Elefante» de Javier Mardel. Juzguen lectores y, si tienen a bien, díganme si también sintieron la mirada que pide piedad, libertad, justicia, respeto, unidad . . .

El elefante escucha la mañana.
Con ociosa atención levanta un poco
las orejas rugosas y nervudas.
Los ojos sosegados inspeccionan
una forma cambiante y luminosa
en el agua narcótica de un charco.
La trompa prodigiosa, soberana,
tantea con desánimo la tierra
como si remarcara en ella el signo
de una esperanza presa en el pasado.
Las poderosas patas, como troncos
hinchados en su veta más profunda,
coleccionan distancias imposibles
fundidas a su propia sombra inmóvil.

El elefante escucha. Torpemente,
deletrea un rumor tan bullicioso
como el desordenado vocerío
de la selva grabada en su recuerdo.
Pero las cosas que oye no provienen
de la selva. El murmullo de las hojas,
el rugido del tigre, el palmoteo
del arroyo en la margen, siempre suenan
diferente en el aire de la selva.
Aquí el sonido oscila y se repite.
Aquí no hay ruidos nuevos. La mañana
que escucha el elefante es la mañana
de ayer, y la de ayer, la que escuchó
días atrás. Los pasos de la gente,
el bostezo acerado de los autos,
la risa de los niños en la acera,
son parte de la serie cotidiana
que escucha cada día, siempre igual
y nunca más extraña o menos obvia.

El elefante escucha la mañana.
Escucha y nota cómo se confunden
sus propios soliloquios guturales
en la somnífera frecuencia diurna.
Mira el cambiante rostro, la espejada
cara del charco… Piensa en su nombre,
un nombre que para él es sólo otra
partícula sonora incomprensible.
Piensa en los hombres, que presumen
nombrar cuanto han nombrando ya los dioses.
Piensa en los dioses, viejos y callados,
soportando quizás en un tobillo
un grillete más rígido y pesado
y un candado más duro que los suyos.
Los supone impotentes, fatigados,
confinados acaso en un rincón
a la orilla del mundo, consumiéndose
turbiamente a lo largo de mil siglos
bajo el peso brutal de la memoria.

El elefante escucha el mediodía.
Tardo y absorto, advierte los latidos
de un corazón que casi ya no es suyo.
Sacude con modorra las orejas
de una bestia que ya no es él. Cansado,
balancea una trompa y una testa
ajenas a algo incierto que se llama
“elefante”. La burda miscelánea
de voces gravitando a la redonda
ahora es un pacífico rumor,
un pautado susurro que adormece
diez millones de años alojados
en las seis toneladas de su peso.
Lado a lado, leyendo con la frente
las líneas invisibles de una larga
caligrafía, mueve la cabeza,
como un doliente péndulo que mide
la vacuidad de un tiempo que no pasa,
como una gran tristeza hipnotizada
en las heces de un sueño involuntario:
la humedad inherente del follaje,
la tersura del lodo, la segunda
cabeza decisiva de Ganesha,
el sagrado baniano de raíces
aéreas, el instante eternizado
de las aguas que fueron el Karanga…

El elefante sueña, y en el sueño
una vaga silueta se desplaza
tras la densa espesura de los mitos.
Reconoce las formas, la cadencia
en el paso confiado y sigiloso.
Ve la agrietada piel de las rodillas
y la curva incompleta del marfil.
Penetrando en el sueño y la maleza,
sigue al gradual fantasma, el simulacro
que a la luz de la tarde merodea
en su selva intangible y misteriosa.
No sabe el elefante que ese vasto
espectro, ese ilusorio paquidermo
husmeando en su fantástico trenzado
de frondas y caudales, es él mismo.
No sabe el elefante que al que mira
es a él buscando el vértice del tiempo,
el borde de la arena, la manera
de despertar del sueño en que discurre.

No sabe que jamás despertará.
No sabe que al caer la noche, el grito
del público arderá sobre las gradas,
que un súbito reclamo a la opresión
del látigo le hará estallar en furia,
que el rostro horrorizado de los hombres
va a convertirlo en monstruo, que el candente
acero clavará seis, siete veces,
su píldora fatal en sus entrañas.
No sabe que la carpa temblará
sobre la voz de innumerables voces
y que la pista quedará cubierta
con su sangre. No sabe que un cadáver
mayúsculo y deforme se hundirá
lenta y sumisamente en el silencio.

No sabe el elefante que esa noche
soñará para siempre con la selva.

Javier Mardel

Los animales no existen para vivir bajo el yugo de los hombres, sino para manifestar la belleza de la libertad con la magnificencia de su presencia entre nosotros y declarar así la alegría y el esplendor de la Energía Creativa en la que todo es desde siempre.

Sigo en el viaje,
Peregrina.

Una canción de libertad

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Hoy estaba paseando por El vuelo del onocrótalo, un blog de fotografía. Me salió al encuentro esta maravillosa imagen que me pareció perfecta en todos sentidos. La belleza que encierra en la sombra de la abejita sobre la flor, la luz que atraviesa los pétalos y muestra la delicada textura casi transparente de la corola, los tonos del paisaje que entorna el fondo, en fin. El dedo del fotógrafo fue tan rápido como su ojo que siguió el instinto del corazón observador. Primero un fragmento de «El Profeta» y un poco más abajo el deleite de la fotografía.

Un ermitaño, que visitaba la ciudad anualmente, se adelantó y le dijo al Profeta:Háblanos del Placer.


Y él respondió, diciendo:


El placer es una canción de libertad, pero no es libertad.
Es el florecer de vuestros deseos, pero no su fruto.
Es una llamada de la profundidad a la altura pero no es lo profundo ni lo alto.
Es lo enjaulado que toma alas, pero no es el espacio confinado.
¡Ay! en verdad verdadera, el placer es una canción de libertad.
Y yo desearía que la cantarais con plenitud de corazón, pero no que perdierais el corazón en el canto.

Algunos jóvenes entre vosotros buscan el placer como si lo fuese todo y son juzgados por ello y censurados.
Yo no los juzgaría ni censuraría.
Los dejaría buscarlo.
Porque encontrarán el placer pero no lo encontrarán solo; siete son sus hermanas y la peor de ellas es más hermosa que el placer.

¿No habéis oído del hombre que escarbaba la tierra buscando raíces y encontró un tesoro?
Y algunos mayores entre vosotros recuerdan los placeres con arrepentimiento, como faltas cometidas en embriaguez.
Pero el arrepentimiento es el nublarse de la mente y no su castigo.
Deberían ellos recordar los placeres con gratitud, como lo harían de la cosecha de un verano.
Sin embargo, si los conforta el arrepentirse, dejad que se arrepientan.
Y algunos hay, entre vosotros, que no son ni jóvenes para buscar, ni viejos para recordar.
Y, en su miedo a buscar y recordar, huyen de todos los placeres para no olvidar el espíritu u ofenderlo.

Pero esa renuncia misma es su placer.
Y, así, ellos también encuentran un tesoro, escarbando con manos temblorosas para buscar raíces.
Pero, decidme, ¿quién es el que puede ofender al espíritu?
¿Ofende el ruiseñor la quietud de la noche o la luciérnaga ofende a las estrellas?
Y ¿molestan al viento vuestro fuego o vuestro humo?
¿Creéis que es el espíritu un estanque quieto que podéis enturbiar con un bastón?

A menudo, al negaros placer, no hacéis otra cosa que guardar el deseo en los recesos de vuestro ser.
¿Quién no sabe que lo que parece omitido, aguarda el mañana?
Aun vuestro cuerpo sabe de su herencia y su justa necesidad y no será engañado.
Y vuestro cuerpo es el arpa de vuestra alma.
Y sois vosotros los que podéis sacar de él dulce música o confusos sonidos.
Y ahora vosotros preguntáis en vuestro corazón: » ¿Cómo distinguiremos lo que es bueno de lo que no es bueno en el placer?»

Id a vuestros campos y a vuestros jardines y aprenderéis que el placer de la abeja es reunir miel de las flores.
Pero es también el placer de la flor el ceder su miel a la abeja.
Porque, parada abeja, una flor es fuente de vida.
Y, para la flor, una abeja es un mensajero de amor, y para ambos, abejas y flor, el dar y el recibir placer son una necesidad y un éxtasis.

Pueblo de Orfalese, sed en vuestros placeres como las abejas y las flores.

Primavera es el nombre de la imagen de J.M. López. La perfecta para ilustrar este fragmento de «El profeta» del poeta árabe Ŷibrān Jalīl Ŷibrān ibn Mijā’īl ibn Sa’d.

Estoy indecisa… ¿la abeja o la flor? Con cuál me identifico más … …
Peregrina.

Misterioso libro del silencio nocturno

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Un poema crepuscular que invita a la reflexión, mientras la imaginación vuela más allá de las ventanas abiertas a estos atardeceres cálidos y rosados de abril.

TUÉRCELE EL CUELLO AL CISNE

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda. . .y adora intensamente
la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno.

Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.

Enrique González Martínez

Homenajeando la belleza de la primavera, mientras me toque vivir la primavera.
Peregrina.

Ama y no preguntes demasiado

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Sólo ¡ama!

Me he encontrado este clip que habla del amor. El amor libre y soberano que no pide nada para seguir existiendo, que salva porque existe y existe porque no espera. Porque si se le atrapa, se esfuma y desaparece, si se le deja libre se expande y extiende y expresa en excesos extremos.

Amar sin preguntar, correr riesgos para poder recibir lo que no esperamos, porque solo lo que no esperamos es lo que va a llegar.

El amor tiene su propia voz y habla por sí mismo, sin embargo… hay veces que nuestros oídos no lo escuchan

Amante muy amada,
Peregrina.

Me gusta escribir, pero ¡me gusta más leer!

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Leer es ver el mundo desde la perspectiva de alguien más,
pero pintado con mis propios colores.

Leer es abrir puertas que no existen, moverme a espacios lejanos
y tiempos desaparecidos.

Convertirme en alguien más o reafirmar lo que soy en esencia.

Todo depende de las palabras que recorran mis ojos, de la fuerza de conexión entre la fantasía del autor y mi propia fantasía…
Todo depende de un libro . . .

¡Me gusta leer!

Amor por las letras,
Peregrina.

febrero 10th 2011 Joyas literarias

Pretencioso

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Curiosidad, necesidad, suspicacia, todo nos lleva hacia afuera, dar, recibir, proponer, dudar, aceptar… amar. Hacia afuera, la vida interior se vive hacia afuera y es de ahí que se nutre el pensamiento que se interna. Vida interior vivida a partir del exterior y luego de estar un poco en el diálogo silencioso consigo mismo, de vuelta al exterior. Meditación y contemplación. Espacios de oración. La vida interior no se alimenta de vida interior así como tampoco la meditación o la contemplación se enfocan en sí mismas.

Concuerdo con la idea de que la introspección es un aburrimiento, si se la entiende como un escucharse a sí mismo, y no a las voces de otras personas (vivas o muertas); sin embargo, la introspección no es un aburrimiento cuando se convierte en oración; pues entonces está orientada hacia fuera, al vigor; se alza un arco entre la debilidad y la fuerza.

A la luz de la belleza ajena, viviendo adentro y afuera, afuera y adentro, en una constante danza al ritmo de lo que el Cosmos me regala.

Peregrina

Adam Zagajewski, En la belleza ajena.

Malditas, benditas, ajenas o propias

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Óscar de la Borbolla las maldice y entreteje cinco cuentos que cantan al son de cada una de ellas a la vez. Magistralmente se las ingenia para revolcar el cerebro del lector que trata de comprender las frases que cobran sentido en el sinsentido que a primera vista se percibe. Cinco historias que desgarran y apuntan el lado más obscuro de cada vocal (En realidad, a mi gusto, sólo tres de las cinco vocales logran armar historias contundentes, con sentido).

Vocales malditas, benditas vocales que nos ayudan a musicalizar las palabras, a acentuar los sentimientos, a expresar las emociones.

Personas vocales y personas consonantes. Vocales son aquellas que gustan de hablar, de reírse -y al reír, echan la cabeza hacia atrás con energía-, aquellas que nacieron para la expresión.
Las personas consonantes callan generalmente, en sociedad pasan por aburridas, se duermen en el tren. Mas sin ellos no existiría la humanidad; las lenguas se las arreglan mejor sin vocales que sin el tieso y pesado brocado de las consonantes. Una definición poco común salida de En la belleza ajena, de Adam Zagajewski.

Quien quiere comprender pero renuncia a la expresión, nada podrá comprender. Quien quiere expresar pero no busca la comprensión, nada podrá expresar. Entrar al infinito de esta frase de Zagajewski es como estar deslizándose en una cinta de Möbius…

Hay veces que soy tan maldita como la más maldita de las vocales al estilo de De la Borbolla, pero por lo general creo que soy parte de la belleza ajena, esa que sin mi belleza no sería tan bella.

A final de cuentas, la vida es como una cinta de Möbius y todos nos deslizamos de un lado a otro y terminamos en el mismo lugar, ¡solo que de cabeza!

Peregrina.

Un corazón perfecto

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Se me antoja poner este cuento de  Paulo Coelho, por aquello de todo el amor que se predica en estos días de fiesta.
Un joven se paró en medio de la plaza y comenzó a proclamar que poseía el corazón más hermoso de la comarca. Mucha gente se congregó a su alrededor para admirar su corazón, que era perfecto. De entre la gente salió un anciano que le dijo:

«Tu corazón no es más hermoso que el mío.»

Tanto la gente como el joven, miraron el corazón del viejo. Latía con fuerza pero tenía innumerables cicatrices y heridas abiertas. Tenía lugares en los que habían sido removidos pedazos enteros que hacían doler los corazones. Pero el joven miró el corazón del viejo y comenzó a reír.

“Debes estar bromeando» dijo. “Comparas tu corazón con el mío tan perfecto, mientras que el tuyo es un desastre hecho de cicatrices y lágrimas.»

“Sí,” dijo el viejo, “El tuyo luce perfecto pero nunca lo cambiaría por el mío. Verás, cada cicatriz representa a las personas a quienes he dado mi amor. He arrancado un pedazo de mi corazón y se los he dado a cambio de pedazos de sus corazones que han reemplazado los huecos vacíos que el dolor ha dejado en mi corazón, por eso se nota que no encajan bien en los espacios.

“Algunas veces le he dado pedazos de mi corazón a personas que se los han llevado, sin darme nada a cambio, por eso ves estos espacios vacíos. Dar amor es siempre un riesgo, pero aunque estos huecos son dolorosos, estando abiertos, me recuerdan el amor que he sentido por esas personas, yo sé que algún día recibiré amor a cambio. ¿Logras ver ahora su verdadera belleza?»

El joven se sentó en silencio mientras algunas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

Caminó hacia el anciano que le ofreció un pedazo de su corazón, a su vez, tomó de su joven y perfecto corazón otro pedazo para intercambiarlo con el anciano.

>Lo encajó en el hueco y vio que entraba, aunque no del todo bien.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto pero observó que había adquirido una extraña belleza, lucía más hermoso que nunca con el pedazo del anciano encajado en medio de su joven corazón.


Una vez  más, la belleza de la perfecta imperfección.
Peregrina.

 

Feliz y alucinada

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Este lugar que soy, como arena con ríos,
hace tiempo conoce la visita del cielo.
Sobre mi rostro cruza la procesión de pájaros
y yo voy extasiada, persiguiéndolo,
sin sentir que las piedras me golpean, me rompen,
me rechazan.

Camino sin medir fatiga ni distancia.

Ay, alcanzaré el mar, y el cielo irá volando más allá.

>

A veces tan ligera
como un pez en el agua,
me muevo entre las cosas
feliz y alucinada.

Feliz de ser quien soy,
sólo una gran mirada:
ojos de par en par
y manos despojadas.

El centro de la llama
mi centro.
Aquí arder, aquí hablar
lo verdadero.

Yo no me fui,
no he vuelto;
yo siempre estuve aquí
viviendo

sin ayer, sin mañana,
ni próximo, ni lejos,
este minuto único
y eterno.

Las palabras, una selección de Rosario Castellanos «Misterios Gozosos»  y  El puente, y Más agua, vistos a través del lente de Félix Vaquerizo, ojos que muestran rincones y momentos  de nuestro mundo.

Peregrina.

La elegancia y la belleza están por todas partes

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Cuando la elegancia se encuentra con la inteligencia, el resultado es la filosofía, la invocación de la magia que encierra la melodía de  la vida.

Ha pasado ya un año desde que comencé a leer La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.  Un año de haber comenzado a leer un libro, no quiere decir precisamente que me tomó un año leerlo de principio a fin, al contrario, ha sido uno de los libros que he leído con más ímpetu, tanto por la simplicidad de la historia en sí, como por la fluidez y belleza con la que está escrito.   Lo que quiero decir es que, después de haber llegado a más de la tercera cuarta parte del libro, comprobé lo que sentí apenas leí unas cuantas páginas:  La elegancia del erizo es uno de esos libros que se deben leer a pedacitos, para disfrutar el sabor de cada párrafo, el colorido con el que se tiñe cada uno de los capítulos que, en sí, son pequeñas historias, como las que nos ocurren día a día; anécdotas que encierran un sentido preciso o relatos de momentos que sostienen y arman la vida en su conjunto, siendo piezas únicas que pueden admirarse desde su individualidad.

Entonces volví al primer capítulo, dándome el tiempo para reflexionar y encontrar el motivo que puede tener cada una de las frases que le dan vida. Encontré un gran tesoro.

En la modernidad del mundo en que vivimos, se nos pierde el sabor de la elegancia, se nos adormece el sentido del arte y se aburre la creatividad que termina por irse a encerrar en rincones obscuros de nuestro interior.

Que esto pase cuando se tienen escasos  12 años de edad (o menos) preocupa enormemente.  Afortunadamente, el espíritu encuentra, o al menos intenta, la manera de surgir de la inanición en la que lo sumerge la banalidad de la sociedad moderna; tal vez sea por eso que los niños de hoy nos invaden con sus caprichos y síndromes varios, que utlizan como medios de defensa ante la falta de sentido que encuentran en nuestros estilos de vida.

En la historia de Barbery, la soledad de una inteligente niña de 12 años perteneciente a una familia de la alta sociedad francesa, se encuentra con el aislamiento por el que ha optado una modesta mujer de edad avanzada, amante de la filosofía, de la literatura universal, la gramática, las ciencias, las artes.  Una mujer que a sus casi 60 años, aprovecha cada momento libre para estudiar, mientras degusta humeantes tazas de té acompañadas de delicados bocadillos y refinada repostería, siempre refugiada en la portería de un elegante edificio parisino.

A medida que fui leyendo sus líneas, se abrieron ante mi historias contadas con la simplicidad con la que se vive en cualquier ciudad del planeta.  Descubrí la sencillez de vidas que transcurren en la búsqueda del sentido y trascendencia. Me encontré con almas que se reconocen al contacto de la primera mirada y comienzan  a vincular sentimientos y pensamientos que forman una plataforma desde la que se puede tener una perspectiva diferente de la vida: más diáfana, más amable.

Entre tratados de fenomenología, arte japonés y alta repostería portuguesa,  La elegancia del erizo me ha hecho reflexionar sobre los detalles que enmarcan el verdadero significado que puede tener el arte, una frase bien escrita, la melodía que escucho o el color de los pétalos de una rosa que al caer, muestran la perfección del movimiento que divide la vida de la muerte.

La película es, sin lugar a dudas, una obra de arte que hay que ver.  Pero el libro es, definitivamente, una obra de vida que encierra más de un motivo para ser leído y releído y vuelto a leer.

El final es, absolutamente, cautivador.

Mientras escribo esta reflexión, tomo una taza de té y evoco el silencio que enmarca el viento de octubre mientras la luz del sol de media mañana entra tenuamente por mi ventana y, como escribe Muriel Barbery,

«en cada sorbo, el tiempo se sublima».

Peregrina.