Tras el breve estruendo de bienvenida con el que el agua recibe a su invitado, una corte de presurosas burbujas asciende llevándose los restos del ruido mundanal. Un movimiento sinuoso y quizás algo de lastre abrazando al cuerpo hacen posible el inicio del viaje de descenso. No hace falta alcanzar gran profundidad para entrar en el reino silencioso del agua. Es un viaje para asilados, para aquellos que buscan refugio temporal, lejos de la tiranía de la gravedad, de la dictadura sonora de la rutina, o de la opresión de sus propios pensamientos confusos. Es un viaje íntimo, porque mientras se desciende al acogedor seno del agua, el viajero, antes que buzo, se interna en su propia alma. Lo usual en la superficie es cerrar los ojos para aislarse. Aquí, se clausuran los oídos para permitir que la paz y el sosiego entren por los ojos a través del apacible influjo de distintas frecuencias de azul. Silencio húmedo. Paz líquida. Abandono ingrávido.
Cesa todo, incluso la propia respiración, a la que se renuncia justo antes de sumergirse, pues sin tal entrega el agua no concederá su tesoro de silencio. Por un lapso breve pero maravilloso la esencialidad del aire cede el paso a la trascendencia del pensamiento, al disfrute del propio espíritu. Los pensamientos y los sentimientos fluyen. La vida se clarifica. El corazón se siente pero no se oye latir; la vida se percibe de una forma que puede llegar a ser conmovedora.
Lo que el nativo del Amazonas logra con el yagé o el rasta con la marihuana, el ser sumergido lo vive con los primero síntomas de hipoxia. La escasez de oxígeno en las venas lleva la experiencia de la inmersión a los umbrales de lo místico; a un dulce desvanecimiento existencial.
Sin embargo, lo bueno es breve. El aire azul de los pulmones clama por reunirse con el aire de la superficie, del cual fue separado en préstamo para servir al noble propósito del recuentro con la madre agua. Los plazos se cumplen. Un último abrazo con el azul líquido, que en realidad es un abrazo consigo mismo. Las burbujas se adelantan para anunciar el regreso y las piernas se baten acuciosas, regidas por el instinto de respiración que volvió ansioso de su sueño.
Sentir ese silencio perfecto… ¿cuándo será? Alguna vez, sin duda. Hay que esperar la oportunidad. Mientras tanto miro con entrañable amor y algo de nostalgia el azul profundo y la ingravidez de estas fotos de Zena Holloway que me recuerdan la belleza intensa que se esconde en lo breve y que las mejores cosas de la vida con frecuencia nos hacen esperar con ansias la próxima inmersión en ellas.
Persiguiendo la magia … perseguida por la magia … dejándome atrapar por la magia.
Más azul que nunca, Peregrina.
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