Descubrí este poema de Elizabeth Bishop hace poco, fue leerlo y encantarme con la deliciosa cadencia en la que sus palabras acompañan la imaginación, esa forma en la que describe la aterciopelada y suave sensación de la caricia de una cabellera. El tiempo se detiene cuando los dedos se pierden entre sus hebras.
Silenciosas explosiones sobre las rocas,
los líquenes crecen
propagándose en grises, concéntricas descargas.
Han acordado reunirse con los anillos en torno a la luna, aunque
en nuestros recuerdos no han cambiado.
Y ya que los cielos nos servirán
durante tanto tiempo,
has sido, querida amiga,
precipitada y pragmática,
y mira lo que pasa. Pues el tiempo,
si algo es, es dócil.
Las estrellas fugaces en tu cabello negro
en brillante formación
¿adónde acuden,
tan resueltas, tan pronto?
Ven, déjame que lo lave en esta gran palangana de hojalata,
golpeada y lustrosa como la luna.
Mis cabellos están transformándose en rayos de luna que brillan y contrastan con los cobrizos que se niegan a desaparecer… No quiero que desaparezcan, pero tampoco quiero teñir la blancura que despunta entre mis hebras castañas. Tiempo, sé dócil…
Peregrina.