Agradezco las mercedes de tan sensual danza, que ha hecho que me encuentre con las esencias de mi esencia: la belleza de mi naturaleza femenina.
Que el cuerpo humano es una máquina perfecta, sí, lo sé, que para que tan perfecta máquina mantenga su condición, es necesario el movimiento físico y la regeneración de la energía que en él habita, también lo sé. Infinidad de terapias físicas, ejercicios aeróbicos, deportes de todo tipo son altamente beneficiosos para mantener sus funciones, la oxigenación que el cuerpo obtiene de esos momentos es en extremo beneficiosa, absolutamente necesaria.
Sí, todo eso lo he sabido siempre, sin embargo llevo una vida más o menos sedentaria. Debo confesar que nunca me gustó hacer ejercicio. Empezaba con una rutina y la rompía al poco tiempo, probaba con otra y me fastidiaba pronto. Deportes en solitario, ejercicios en grupo… No. Nada de eso era para mí.
Pero un día descubrí la danza del vientre.
Simplemente me encantó con su magia.
La rítmica de los movimientos que siguen con tan singular perfección las percusiones, la elegancia y fluidez de las ondulaciones que viajan entre las notas de los violines o el acordeón. La dulzura de un par de dedos sobre la mejilla que contrasta con la fiereza de las caderas vibrando en la efervescencia del clímax. El brillo de las monedas y la cadencia de la seda. Todo eso me poseyó con la pasión que solo los amantes pueden compartir.
Sensualidad en su máxima expresión. Fluir de movimientos externos, pero también de sentimientos internos. Perfecta conjunción de mi ser.
Pero más allá de todo eso, más allá del gusto y el placer físico que me causaba asistir a cada una de las sesiones, estaba el bienestar interior que me regalaba, esa sensación de plenitud, de sentirme bien porque desaparecían los dolores que me impedían moverme en ciertas formas. La incomodidad de los calambres en el bajo vientre que me causaban otros movimientos debido a la inflamación del endometrio. Algo estaba pasando en mi cuerpo, pero también en mi espíritu.
Mi primer encuentro con la danza del vientre, también tuvo un fondo espiritual. No fue una experiencia meramente artística, porque el primer contacto fue con una escuela que trabaja con las emociones, las sensaciones, la sensualidad, la feminidad, la esencia de la mujer. En Samkya aprendí a «verme» a través de mi propia danza. No soy profesional, ni pretendo serlo pero bailo todos los días, en grupo o sola. He cambiado de escuela, actualmente bailo bajo la tutoría de Daniela de la Mora y sigo rutinas en las que se combinan varios ritmos, elementos, técnicas, pero conservo la fusión de ejercicio físico y meditación consciente que aprendí en los inicios.
Nuestro ser es una fusión de elementos, es energía pura. Tierra, agua, aire, fuego: lo palpable y lo etereo nos conforman.
Con la danza del vientre he podido lograr separar, ubicar y fusionar cada uno de esos elementos de forma física, palpable. Cada uno de los movimientos de la danza se enfoca en ciertos grupos de músculos, de manera independiente, definida y específica, entonces, la energía que de eso se deriva es también específica y se manifiesta de manera particular.
TIERRA. La parte más básica, más irracional, más instintiva de nuestro ser habita en la región pélvica. De ella emerge la energía creadora, la energía sexual, impulsiva, agresiva. Al trabajar los ejercicios de caderas con ondulaciones, vibraciones y golpes, la energía sube desde los pies, por las piernas, la fuerza de los muslos, hasta las caderas y el vientre, en donde los músculos se contraen desde el interior provocando un masaje que resulta muy benéfico para los organos sexuales, el estómago, riñones. Los movimientos ondulatorios favorecen la elminiación de desechos, provocando una mejoría en el funcionamiento intestinal, y suavizando en gran medida los efectos del síndrome premenstrual y de la endometriosis, entre otros.
Los cinturones de monedas enfatizan estos movimientos. Los golpes de bastones enmarcan los pasos firmes, un sable en equilibrio sobre las caderas señala el poder y la fuerza.
AGUA. Los movimientos ondulatorios que parten de la parte superior de la cintura, el torax y los hombros, parecen tener gran fluidez y relajación; sin embargo, son muchos los músculos que intervienen ya que para mover sólamente la parte superior del tórax sin que se vean involucrados hombros, brazos, o la parte inferior del tronco es necesario enfocar la energía en el plexo solar y la parte superior del vientre, de donde parten las contracciones y ondulaciones que provocan el movimiento del pecho en diferentes direcciones y con distintas ondulaciones, lentas o rápidas. Mantener una respiración rítmica es básico, todos los órganos contenidos en la caja toráxica se ven beneficiados, no solo por la oxigenación que existe sino por el masaje que el diafragma imprime en cada organo, los pulmones, el corazón, el diafragma mismo. La alegría se expande desde el pecho y sube por la garganta hasta que resulta en un «zaghareet»; un sonido agudo y fuerte que hace vibrar la lengua en el paladar y detras de los dientes superiores que son cubiertos por el dedo índice, sobre el espacio que hay entre nariz y labios, de forma que no se vea la lengua vibrar, proyectando el sonido. Cuando la bailarina acompaña el movimiento de sus pechos con el tintineo de los zills que vibran entre sus dedos, es como si cascadas fluyeran por su danza.
AIRE. Los movimientos delicados, lentos, ondulados, largos o cortos de los brazos que se abren como alas. Nunca debajo del pecho, nunca por arriba de los hombros. Una posición que pareciera incómoda pero que provoca que el cuerpo mantenga el equilibrio, buscando su eje natural, pues la postura que mantiene la espalda elongada, recta, con el pecho hacia afuera, los hombros hacia atrás, el cóxis hacia adentro, el vientre y glúteos apretados, elimina los malos hábitos de postura y proporciona mayor flexibilidad a los músculos de la espalda. Los brazos de la bailarina son alas que la llevan en movimientos mágicos. Los velos de seda, las alas de isis, manifiestan la belleza de el fluir de su energía
FUEGO. La pasión, toda la energía que el cuerpo manifiesta a través de esta danza explotan en un gozo que no es posible descifrar, es necesario experimentarlo. Cada quien lo siente de forma diferente pues cada espíritu se manifiesta según sus propias necesidades, sus propios deseos. La pasión puede ser estruendosa y romper en vibraciones de caderas con los pies bien plantados en el suelo, o fluir mientras el cuerpo se desliza, con vibraciones de piernas y caderas, en la punta de los pies, como si estuviese flotando sobre el escenario, dejándose guiar por la cadencia de los brazos que con sus movimientos jalan el cuerpo de un lado a otro. Es mágico ver a una balarina danzando con fuego en sus manos o sobre su cabeza, con la seguridad de controlar el elemento.
Cuando una bailarina experimenta todo esto, lo etereo se hace presente. Es un gozo, una explosión de sentimientos. Los expectadores pueden desaparecer y se baila para sí misma, disfrutando de la belleza de la música que fluye por todo el cuerpo, sintiendo la suavidad de las sedas, el tintineo de las monedas, los colores de las telas. El éxtasis de la danza. La perfección se alcanza en el momento en que se acepta el cuerpo tal como es, y se encuentra su belleza y su sensualidad. entonces se empieza a fluir, a fusionar con los elementos, a vivir, a danzar desde el alma.
Psicológicamente se da, paulatinamente, un cambio radical. Una bailarina del vientre se ama, se acepta, se gusta. Reconoce la belleza de su cuerpo, la fortaleza de su ser, la magia de sus movimientos, el encanto de sus miradas, la creatividad de su mente y … danza … fluye … se manifiesta … ¡ama!
Soy mi danza, acepto mi ritmo interior, amo mi energía, fluyo con ella y así me conecto a la Energía que mueve y da vida a todo lo creado.
Por todo esto y mucho, mucho más estoy enamorada de la danza del vientre.
Peregrina.