Las palabras se abren

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Octavio Paz deja un espacio entre sus palabras en el que se baila de puntitas al ritmo de sus silencios.

Decir Hacer

Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido

La poesia
se desliza entre el sí y el no:
dice lo que callo, calla lo que digo,
sueña lo que olvido.

No es un decir: es un hacer.
Es un hacer que es un decir.
La poesia se dice y se oye:
es real.

Idea palpable,
palabra impalpable:
teje reflejos y los desteje.
Siembra ojos en las páginas,
siembra palabras en los ojos.

Los ojos hablan, las palabras miran,
las miradas piensan.
Oir los pensamientos, ver lo que decimos,
tocar el cuerpo de la idea.
Los ojos se cierran,
las palabras se abren.

Cierro mis ojos un instante, sólo por un instante

Peregrina.

Para ser «una niña buena»

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Mi abuela seguramente lo habrá leído pero, definitivamente, ¡no era una niña buena!

Me encantaba que me contara la historia cuando, al ser descubierta por su padre, decidió comerse la carta que su novio le había hecho llegar de manera clandestina. Unas noches después, montó un caballo se fugó… Comenzó a escribir mi historia.

No soy una niña buena! ! !
Peregrina.

Eres todas las horas y ninguna

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Cuando las palabras envuelven nuestros sueños,
entonces nace la magia.  Voy en busca de un poco de color
a tierras en donde el barro es negro y la tinta de la cohinilla, morada.

Piedra de Sol
Octavio Paz

Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrado por un ágata,
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Llévame entre los sueños

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¿Por qué tocas mi pecho nuevamente?
Llegas, silenciosa, secreta, armada,
tal los guerreros a una ciudad dormida
quemas mi lengua con tus labios, pulpo,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia sin fin
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una aridez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto
y quedo frente a ti,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma,
mas hace arder
todas las formas
con un secreto fuego indestructible.

Pero insistes, lágrima escarnecida,
y alzas en mí tu imperio desolado.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

 

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente
y haces proféticos mis ojos.
Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
tal un ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.

 

La oscura ola
que nos arranca de la primer ceguera,
nace del mismo mar oscuro
en que nace, sombría,
la ola que nos lleva a la tierra:
sus aguas se confunden
y en su tiniebla
quietud y movimiento son lo mismo.


Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho,
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma,
ni se demora sobre lo que engendra.



Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con tu aceite,
para que al conocerte, me conozca.


«La Poesía» del maestro Octavio Paz, adornada con el arte de Serge Marshennikov, pintor ruso contemporáneo.

 

 

Un domingo de poesía entre sábanas blancas,
Peregrina.

 

La Llorona

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Y cuenta la leyenda, en una de sus tantas versiones que . . .

Los cuatros sacerdotes aguardaban espectrantes. Sus ojillos vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban en busca de los gordos ajolotes. Después confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía. De pronto estalló el grito. Era un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en las alfardas y en los taludes de los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, que comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las crónicas antiguas han sido bien interpretadas y pareció quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyótzin. «¡Es Cihuacoatl!», exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.

— La Diosa ha salido de las aguas y ha bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente –, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.

Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.

Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señorío de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacías las aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo:

«…Hijos míos, amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima»

Venía otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes:

«…¿A dónde iréis? ¿A dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino? Hijos míos, estáis a punto de perderos…»

Al oír estas palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para finalmentente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncátzin en ese tiempo poseedor de su dignidad sacerdotal.

El emperador Moctezuma Xocoyótzin se atuzó el bigote ralo que parecía escurrirle por la comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo códice dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.

El emperador Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí escrito.

—Señor, — le dijeron –, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la destrucción de vuestro imperio.

Dicen aquí los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo y tú y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.

«¿Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre?» Preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.

«Así lo dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el Anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto a vuestro Imperio».

Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.

Por eso desde los tiempos de Chimalpopoca, Itzcoatl, Moctezuma, Ilhuicamina, Axayácatl, Tizoc y Ahuizotl, el fantasmal augur vagaba por entre los lagos y templos del Anáhuac, pregonando lo que iba a ocurrir a la entonces raza poderosa y avasalladora.

Al llegar los españoles e iniciada la conquista, según cuentan los cronistas de la época, una mujer igualmente vestida de blanco y con las negras crines de su pelo tremolando al viento de la noche, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la Nueva España y tomando rumbo hacia el Oriente, cruzaba calles y plazuelas como al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios y las imágenes iluminadas por lámparas votivas en pétreas hornacinas, para lanzar ese grito lastimero que hería el alma.

«¡Aaaaaaaay mis hijos! ¡Aaaaaaay, aaaaaaay! El lamento se repetía tantas veces como horas tenía la noche la madrugada en que la dama de vestiduras vaporosas jugueteando al viento, se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral musitaba una larga y doliente oración, para volver a levantarse, lanzar de nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago, que entonces llegaba hasta las goteras de la Ciudad y cerca de la traza.

Jamás hubo valiente que osara interrogarla. Todos convinieron en que se trataba de un fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor, bifurcando en mil historias los motivos de esta aparición que se transplantó a la época colonial.

Los románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.

Lo cierto es que desde entonces se le bautizó como «La llorona», debido al desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital de Nueva España y que por muchos lustros constituyó el más grande temor callejero, pues toda la gente evitaba salir de su casa y menos recorrer las penumbrosas callejas coloniales cuando ya se había dado el toque de queda.

Muchos timoratos se quedaron locos y jamás olvidaron la horrible visión de «La llorona» hombres y mujeres «se iban de las aguas» y cientos y cientos enfermaron de espanto.

Poco a poco y al paso de los años, la leyenda de La Llorona, rebautizada con otros nombres, según la región en donde se aseguraba que era vista, fue tomando otras nacionalidades y su presencia se detectó en el Sur de nuestra insólita América en donde se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje vaporoso, lanzando al aire su terrorífico alarido, vadeando ríos, cruzando arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.

Y cuenta la leyenda que el gemido nunca terminará … ¡Ayyyyy! ¡AAAAAyyyyyy!!!

Peregrinando, días nublados y húmedos de otoño, en vísperas de días de muertos
Peregrina.

Relato Leyendas Mexicanas.  Fotografías Brooke Shaden

Una razón más para vivir sonriendo

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Hoy es el cumpleaños de una  mujer de ojos grandes muy grandes.  Mi amiga vive sonriendo y con una actitud positiva ante la vida, por eso me recuerda a la Tía Ofelia de las historias de Angeles Mastretta en Mujeres de Ojos grandes.

«Hay gente con la que la vida se ensaña, gente que no tiene una mala racha sino una continua sucesión de tormentas. Casi siempre esa gente se vuelve lacrimosa. Cuando alguien la encuentra, se pone a contar sus desgracias, hasta que otra de sus desgracias acaba siendo que nadie quiere encontrársela.

Esto último nunca le pasó a la tía Ofelia, porque a la tía Ofelia la vida la cercó varias veces con su arbitrariedad y sus infortunios, pero ella jamás abrumó a nadie con la historia de sus pesares.  Dicen que fueron muchos, pero ni siguiera se sabe cuantos, y menos las causas, porque ella se encargó de borrarlos cada mañana del recuerdo ajeno.

Era una mujer de brazos fuertes y expresión juguetona, tenía una risa clara y contagiosa que supo soltar siempre en el momento adecuado.   En cambio, nadie la vio llorar jamás.   A veces le dolían el aire y la tierra que pisaba, el sol del amanecer, la cuenca de los ojos.  Le dolían como un vértigo el recuerdo, y como la peor amenaza, el futuro.   Despertaba a media noche con la certidumbre de que se partiría en dos, segura de que el dolor se la comería de golpe.   Pero apenas había luz para todos, ella se levantaba, se ponía la risa, se acomodaba el brillo en las pestañas, y salía a encontrar a los demás como si los pesares la hicieran flotar.  Nadie se atrevió a compadecerla nunca.  Era tan extravagante su fortaleza, que la gente empezó a buscarla para pedirle ayuda. ¿Cuál era su secreto? ¿Quién amparaba sus aflicciones? ¿De dónde sacaba el talento que la mantenía erguida frente a las peores desgracias?

Un día le contó su secreto a una mujer joven cuya pena parecía no tener remedio:   -Hay muchas maneras de dividir a los seres humanos- le dijo-.   Yo los divido entre los que se arrugan para arriba y los que se arrugan para abajo, y quiero pertenecer a los primeros.  Quiero que mi cara de vieja no sea triste, quiero tener las arrugas de la risa y llevármelas conmigo al otro mundo. ¡Quién sabe lo que habrá que enfrentar allá!»

Cuando sea grande quiero ser como tú…

Peregrina.

La fotografía de Alfred Stieglitz 1919 «Georgia Okeefe». La pintura es de la artista estadounidense Georgia Okeefe, finales del siglo XIX.

Preguntas sin resolver, ocasión para vivir

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Te suplico, ten paciencia con todos aquellos detalles sin resolver que guardas en tu corazón e intentes amar las preguntas por lo que significan en realidad, como si fueran misteriosos cuartos cerrados con llave o antiguos libros escritos en idiomas desconocidos.

No busques las respuestas que no te serán dadas, posiblemente no estés listo para vivir con las respuestas.

Si el punto es vivir todo, entonces vive la pregunta ahora; tal vez entonces, algún día, en un futuro que pudiese estar lejano, sin siquiera notarlo, vivirás gradualmente el camino hasta la respuesta.

El amor es la ocasión única de madurar, de tomar forma, de llegar a uno mismo a ser un mundo para el amor del ser amado.

Rainer Maria Rilke

Mientras saboreo una cucharada…

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Esta mañana puse un tweet que decía «Número de cliente, clave de acceso, número de tarjeta, número de código. Números por todos lados menos en el saldo… ironías de la vida»  Al menos mi alacena está llena y las cuentas al día.  

Hace un rato estaba lavando los platos y me vino uno de esos antojos que son imposibles de calmar. Con las manos mojadas tomé una cuchara y la llené de deliciosa cajeta quemada mmm… ¡y me sentí mucho mejor!

Su dulce suavidad resbalando entre mis labios, acariciando con su textura aterciopelada mi paladar, me hizo recordar un texto de Guadalupe Loaeza incluido en su libro «Las niñas bien» que leí hace ya muchos años, cuando todavía no me importaba comer cucharadas de más, ni de cajeta ni de ninguna otra delicia que se queda enredada en la cintura por mucho tiempo.

Antes de ponerme a bailar para deshacerme de los efectos que esa cucharada pueda tener en mi cintura, les comparto  el texto, que algunos habrán leído.  Quienes no, quedan invitados a leer el libro que dura una tarde y media … Perdón Guadalupe, pero el deseo de compartirlo es tan grande como el antojo de comerme esa cucharada de cajeta mientras lavaba los platos.

«Cero y van tres. Sí y van tres veces que me sucede lo mismo, con intervalo de quince días aproximadamente. La primera, me tomó de sorpresa y se lo atribuí a mi distracción y obviamente a la inflación que diario a diario nos está chupando. La segunda, sentí horrible, pues había mucha gente esperando que avanzara la coa. A pesar de la paciencia de la cajera, me sentí torpe y ridícula. ¡Ay!, pero la tercera vez, esa sí que fue para llorar. Ese día justamente había puesto una atención particular en seleccionar mis compras. Inclusive había llevado una lista de o que necesitaba. Recuerdo que mientras me paseaba con el carrito por el super, me sentía super-organizada y super-buena ama de casa. «Ahora sí que no me vuelve a suceder», pensé. Había comprado varios artículos de marca libre para compensar gastos; en lugar de carne, llevaba pollo y había procurado no excederme en latas.

Para no hacerles el cuento largo, le dije a la cajera. ¿Cuánto dice que es? Cinco mil novecientos sesenta y cinco pesos con sesenta centavos. (todavía era la época de los viejos pesos jiji) ¿Qué? No es posible señorita. ¿Se habrá equivocado? Me miró con tanta seguridad, que en seguida pensé que la equivocada era yo. ¿Que no estarán reetiquetando la mercancía, señorita? ¿Quiere hablar, Señora, con mi jefe?, me preguntó. Abrí mi cartera y con infinita lástima conté los cuatro billetes de mil. en ese momento la voz de mi marido apareció entre latas, bolsas de plástico y desodorantes: «acuérdate que estamos apenas a día 20″… Híjole, me quise morir al ver odas mis compras dentro de sus respectivas bolsas entre las manos del muchacho que se disponía a ayudarme. Ay, por favor, ¿me sacas algunas cosas?, le dije con voz tímida: Quita el pomo de Knor Suiza (debí haberlo comprado en forma de cubitos, pensé). También el champú y el enjuague,. el rollo de papel de aluminio. (Que más de aluminio parece ser de plata, cuesta $345.00) ¿Sacamos la cajeta, Señora? Esa es recara, me dijo el muchacho con tono solidario. No porque a los niños les encanta. A ver, ¿qué más? ¿qué más? me decía , mientras buscaba también dentro de las bolsas. De pronto, sentí una mirada de pistola detrás de mí. Era una señora que llevaba un jump-suit color mamey, que parecía cada vez más impaciente: «pues, ¿que no tiene tarjeta de crédito o chequera?», preguntó con tono de total desaprecio. ¡Hijole!, me dio una pena decirle que me la habían cancelado por haberme excedido. «Se me olvidó» le contesté.

Bueno, pues seguí hurgando junto con el cerillo, dentro de las bolsas. Saqué los clínex, «ya me desmaquillaré con papel de baño» pensé. ¿También los rollos del excusado?, preguntó mi único amigo, en ese momento, el cerillo. No, ese es indispensable… le dije en tono filosófico. Volví a ver a la Sra. Mamey deportiva, quien me miró con una sonrisa forzada. ¿Cuánto va ahorita?, le pregunté a la cajera. Con sus uñas perfectamente bien limadas, con esmalte color uva, empzó a oprimir teclas y más teclas. «Todavía le falta señora. Aún le restan mil ciento sesenta pesos con sesenta centavos». en esos momentos juraba que la Sra. Mamey me iba a echar dos balazos con sus ojos. Sentía como que al tiempo se hubiera atorado en la máquina, la cola era larguísima, yo estaba completamente bloqueada.

Empecé a sentirme culpable, juzgada, humillada, miserable, tenía pena propia. ¿Por qué diablos había sido tanto dinero? Si ahora sí me había organizado, ¿por qué siempre me pasan estas cosas? No llevaba carne ni latas. Vamos a sacar el Vel Rosita, el Suavitel, también las galletas Mac Ma. «Qué animal, debí haber comprado las de animalitos» pensé. Hay que quitar los yogures, la mayonesa, el Dulcereal y el Quick de fresa. ¿Cuánto suma eso, señorita? Le faltan todavía quinientos pesos. Ya para entonces el super me parecía lleno, el calor hacía que los zapatos me apretaran aún más. Necesitaba un cigarro. A ver si encuentras las servilletas de papel, el Ajax, la caja de Curitas, la pasta de dientes; y ya no sé qué más. La cajera volvió a hacer sus cuentas y viéndome fijamente a los ojos me dijo. Señora todavía le falta restar $252.50 para que se completen los cuatro mil pesos que trae. Estoy segura de que ustedes reetiquetan, le dije con coraje ¡Qué barbaridad! Señorita, le juro que ya no sé qué más puedo dejar, me estoy quedando sin «super» ¿Cuánto dice que me falta? Doscientos cincuenta y dos pesos con cincuenta centavos.

¿Por qué no deja la cajeta señora? eso es lo que vale. No señorita, la cajeta, no. Si la deja ya terminamos. No, señorita, la cajeta, no, no, otra cosa, pero no la cajeta. Sentía la mirada de todos, su impaciencia, su falta de comprensión. Por un momento tuve ganas de salir corriendo con a cajeta entre mis manos. Prefiero dejar mi coche que la cajeta. Entienda, señorita, la cajeta no y no. Era inútil, no había de otra. Se acercaba la hora de cerrar. La señora Mamey se había ido a otra caja. El muchacho parecía cansado. La cajera se miraba las uñas. Empezaban a bajar la reja. Tuve entonces que dejar mi cajeta envinada. El cerillo y yo salimos del super como apagados. Con mucho cuidado acomodó las bolsas semi-vacías en el coche. «Allí te lo debo ¿sí?; me sonrió. El cuidador del coche me ayudó a echarme en reversa. Desde la ventanilla le dije «Disculpame, me quedé sin dinero». No contestó, tampoco me lo creyó. estoy segura de que no era la primera y me fui repitiendo. «la cajeta no, la cajeta, no»

Voy a celebrar que tuve para comprar la cajeta envinada, disfrutando de otra cucharada, esta vez sin temor a que se vaya a quedar enredada en mi cintura, tal vez llegue el día en que tenga que dejarla en la barra de la caja del super…

¡Deliciosamente dulce y envinada!
Peregrina

El universo está lleno de sentido… casualmente

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Estoy enredada en una cinta Möbius , escondida entre fractales. El infinito presente, constante, intermitente; sonido y silencio; pensamiento y ausencia… Divinamente humano, humanamente divino.

Paul Auster dice que el azar es un medio de recordar que no sabemos nada, que el mundo en que vivimos nunca dejará de escapársenos. Últimamente vivo al azar, tratando de abrir bien los ojos para atrapar la mayor cantidad de instantes y al final del día, maravillarme por no haberlo planeado y disfrutar de la perfección de sus resultados.

Claro, hay veces que no existe el encanto, probablemente mis ojos no fueron lo suficientemente vivaces para captar todos los momentos, suele suceder.

Azar y probabilidades, casualidades… Se le preguntó a una matemática recién titulada con honores, qué probabilidades existen de que dos personas que no se conocen, viviendo en ciudades diferentes, comenten con una tercera en el mismo día algo relacionado con una cinta Möbius y la respuesta fue: pocas, muy pocas, casi imposible.

El ángulo que me invita a asomarme con curiosidad es que escribí el primer párrafo justo después de haber visto el video del Canon del Cangrejo 1 à 2, compuesto en 1747 por J. S. Bach. En ese año, su hijo Carl Philipp Emanuel estaba al servicio del rey Federico II el Grande en Sanssouci como clavecinista.

Muchos años después, pero muchos, muchos, en 1858, los matemáticos alemanes August Ferdinand Möbius y Johann Benedict Listing descubren un objeto no orientable con una sola cara y un solo borde a la que le dan el nombre de «Cinta Möbius»

Me parece tan curioso que un siglo antes, en la mente de J.S. Bach las notas hayan diseñado algo que tomó forma un siglo después. Esa misma curiosidad me llevó a buscar al autor de este video y llegué a su página, en la que encontré -entre tanta matemática que difícilmente entiendo pero que me hace sentir agradecida por tanta maravilla- el laberinto infinito de los fractales.

Y bien, probablemente ahora que has leído hasta aquí dirás: «y bien… ¿Qué con todo esto? ¿Cuál es el punto?»

Casualidad. Que me encantan las casualidades. Que es sólo casualidad que en el momento de mi encuentro con el trabajo de Jos Leys, esté leyendo algo sobre Gottfried Leibniz y su descubrimiento del cálculo infinitesimal, basado precisamente en uno de los principios de su filosofía: la noción de continuidad de la naturaleza.

Todo está relacionado, desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande. El cálculo infinitesimal no es más que la expresión matemática de esa continuidad. Todo lo que es tiene razón suficiente. El universo es un sistema infinitamente armonioso, en el que hay a la vez unidad y multiplicidad, coordinación y diferenciación de cada una de sus partes, capaces de aprehender las conexiones esenciales entre todos los seres.

Por eso escribí que me sentía enredada en una cinta Möbius , escondida entre fractales. El universo en el que vivimos es divinamente humano y humanamente divino.

Peregrina.

El día E

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Pizpireta…
Albricias, turgente, instante, susurro, velo… decisión…

Me quedo con «pizpiereta»: aguda y expresiva… como una mirada oliva y fuego, una sonrisa traviesa, una idea revoltosa, una carcajada desinhibida que no pierde su inocencia. Me gusta pizpireta ¿y tú?
Si tuvieras que elegir una… ¿Cuál es tu palabra favorita en español? Mira las propuestas de estos artistas de lengua española y déjate contagiar de su entusiasmo y devoción por nuestro idioma.

Ahora mira la página y envuélvete en la belleza y musicalidad de las palabras que ellos en secreto han propuesto y ¡piensa cuál es la que propones tú! El día E, el día de todos los que hablamos español

Peregrina también es una de mis palabras favoritas, por algo firmo así… … …