El 26 de febrero de hace 16 años, un viento frío movía con fuerza las mimosas que adornaban con su amarillo vibrante las calles de Roma. Me vestí con un traje de lana color marfil y calcé mis pies con zapatos azules.
A lo largo del Lungo Tevere, Roma me sonreía camino a la Piazza del Campidoglio. No sentía el frío porque mi corazón latía emocionado. ¡Cuántas veces había subido la escalinata del Campidoglio! Pero esa mañana estaba atravesando el diseño ovalado de Michelangelo sobre el pavimento de la plaza con un ramo de azucenas blancas en mis manos. Compartía la emoción que seguramente los etruscos sentían cuando llegaban al punto sagrado que cerraba el paseo triunfal desde los Foros Imperiales hasta la colina: El ombligo del mundo. Y ahí estaba yo, caminando hacia el Salón Rojo.
Mimosas, música de Andreas Vollenweider, spumante, Foros Imperiales, fuentes romanas, Roma a mis pies desde Il Gianicolo, invierno romano… el Campidoglio. Esas son las imágenes que hace 16 años veía a través de los ojos azules de quien hasta hoy es mi esposo.
La torta de mimosa… delicada y esponjosa, como los recuerdos que llegan a mi mente esta noche.
Peregrina.