El tiempo no es ni corto, ni largo, sino preciso, puntual y absoluto. Ni el antes se puede cambiar, ni el después se puede adivinar con certeza, sólo el presente se puede saborear… ¡Que frase tan trillada! ¡Qué frase tan mal vivida!
También el agua es precisa, puntual y absoluta. La que corre no se puede volver a contener, la que se admira sin saborear se evapora en el recuerdo, sólo la que toca los labios y deja en la lengua su frescura o calor puede transmitirnos alguna sensación y cambiar, de alguna manera, nuestro sentir en ese instante.
Ver correr el agua romana me hace pensar en la entrevista del hombre Tuareg que se quedó pasmado al ver como un líquido tan preciado corre sin ser apreciado como debiera.
El agua romana habla de la forma en la que pasa el tiempo en esta ciudad, siempre en movimiento, en continuo cambio. Frescura y pureza que se escapan si no se aprovecha en el preciso instante que pasa entre los labios, segundos después, escapa, igual que el tiempo.
Me es difícil encerrar en una frase la belleza del agua manifestándose precisa, puntual y preciosa… no se desperdicia, pasa y se va, por las fuentes o por los ríos. Fluye sin parar y sigue su proceso dejándose contemplar por los afortunados que la viven. Dándose a desear por aquellos que la cuidan como lo más preciado que la vida les pueda regalar … agua.
En azul líquido,
Peregrina.