La mañana no se iluminó del todo. Un sutil color grisáceo en el pedacito de cielo que aparecía por la ventana, le daba ese toque de somnolencia, de deseo de volver al retiro de los pensamientos que se encierran en la inconsciencia de los sueños.
Lentamente se estiró y sintió que su mente se llenaba al evocar su nombre, un nombre impronunciable, un nombre que sanaba los dolores de la fría soledad del cuerpo, clavándose en un rincón muy discreto, cálido y secretamente recogido de su corazón.
Era un nombre que no se gritaba al viento; sin embargo, llegaba con cada soplo y aparecía en tantos reflejos de la cotidianidad, se saboreaba en el delicado sorbo de té que despertaba sus sentidos al amanecer.
La memoria es un tejido de sensaciones que se manifiestan en el devenir de imágenes, situaciones que se confabulan para hacer estallar cápsulas de recuerdos.
Mientras su mente vagaba entre el vapor, las pantuflas se salpicaban con una que otra gota saltarina, escapada de la cortina que protegía la ducha, el espejo se empañaba y el aroma de té verde del jabón perfumaba su piel y el ambiente que poco a poco se hacía más denso.
El tintineo del teléfono dio fin al placer del agua corriente.
Tomando una de las toallas que había preparado al lado de la bañera, intentó alcanzar una de las pantuflas con la punta del pie, suavemente húmedo.
El teléfono volvió a sonar…
A pesar de la densidad de la neblina, el avión aterrizó antes de lo previsto. El aeropuerto lucía diferente cada vez que lo visitaba. Esta vez, posiblemente por el mal tiempo, había poca gente en los corredores que, además, habían sido ampliados en la última remodelación, por lo que fueron pocos minutos los que tardó en llegar a la sala para tomar el equipaje y pasar el centro de control de pasaportes. Estaba a unos minutos de volver a verla. Su mirada se perdía en otro tiempo, un tiempo de primavera, de besos y risas en medio de un paraíso entre cuatro paredes. Salió de prisa, tomó el móvil y marcó el número. Sus pasos eran rápidos. Las puertas automáticas se abrieron dejando ante su vista una densa neblina que hacía difícil vislumbrar el camino.
El tono del teléfono anunciaba el timbre al otro lado…
Sus pies resbalaron al intentar calzar la segunda pantufla…
Caminando distraído en sus pensamientos que evocaban la voz que respondería en breve, apenas sintió el golpe que lo hizo caer…
La cabellera, larga y mojada, se extendió sobre el mármol que comenzó a teñirse de rojo… Una vez más el timbre…
Su cabeza dio contra el pavimento y soltó el teléfono que dio un último aviso antes de caer y romperse.
La fatalidad del golpe en dos momentos inesperados…
Los labios no se volvieron a besar en este mundo, nunca más
La imagen es una pintura al oleo de Pierre-Auguste Renoir, se titula «Lemons and Tea Cup»
Peregrina.