Un cuento de Barbara M. Joosse
Existe un bosque en Michoacán, México, donde, desde Canadá, llegan a invernar las mariposas monarca. Cada otoño, millones de ellas aterrizan para descansar en los árboles de oyamel, alimentarse con el néctar de las plantas y abanicar sus alas al sol. En primavera, emprenden el viaje de regreso. Este lugar se llama El Círculo Mágico.
Recuerdo el día en que las mariposas se fueron. Eran del color que tiene el sol en las montañas al atardecer. Cubrían los pinos de oro. Eran tantas que las ramas de doblaban con el peso. Cuando alzaron el vuelo, el susurro de su aleteo era como el ruido que hacen unas enaguas al caminar. Ese fue el día en que murió mi abuela.
Mi abuela era mi mejor amiga. Cuando hacíamos tortillas, cantábamos nuestras canciones favoritas. Mi abuela aplanaba y extendía la masa en un gran metate, hasta que ya no quedaba grumo alguno. Yo tenía un pequeño metate junto a suyo. Cuando la masa estaba lista, echábamos las tortillas al comal.
Todas las noches cuando mamá me acostaba yo oía monstruos que se arrastraban por el piso. Chasqueaban los dientes y cuchicheaban mi nombre. Jalaba las cobijas para taparme hasta la barbilla, pero los monstruos seguían con sus chasquidos y cuchicheos.
Le gritaba a papá. Él me decía, “tienes que ser valiente”.
Llamaba a mamá. Ella me decía, “tonterías, no hay monstruos”.
Pero mi abuela recargaba su escoba en la cama y se recostaba junto a mí, con su olor a nixtamal y rosas. “Si los monstruos se atreven a venir, los echaré con mi escoba” me decía.
Cuando la abuela estaba junto a mí, ningún monstruo chasqueaba los dientes o cuchicheaba mi nombre.
En invierno, a la abuela y a mí nos gustaba visitar el círculo mágico. Nos sentábamos en la hierba y dejábamos que las mariposas nos cubrieran de oro. Las dejábamos batir sus alas en nuestros hombros y cosquillear nuestros brazos con sus patitas.
Una primavera, la abuela adelgazó como el humo. Ya no hacíamos tortillas, siempre estaba cansada. Dijo, “pronto llegará el momento en que las mariposas se irán”. Ven conmigo al círculo mágico a decirles adiós”.
Era un día nublado y las mariposas se apiñaban en los oyameles. Estaban con sus alas plegadas, quietas como piedras. Una de ellas yacía en la tierra. La tomé en mis manos y soplé mi aliento tibio sobre de ella. Agitó sus alas y se echó a volar.
“Cierra los ojos,” dijo la abuela. “¿Todavía sientes a la mariposa?” Yo asentí con la cabeza. Aún sentía un cosquilleo en el brazo.
“Es porque ellas se llevan las almas de los antepasados y los antepasados nunca se van del todo”.
Entonces salió el sol. Las mariposas emprendieron el vuelo y el cielo se cubrió de oro.
En unas cuantas semanas, todas las mariposas se habían ido. El círculo mágico estaba vacío. Ese día, mi abuela murió.
Papá me llevó al círculo mágico y lloramos juntos. Me dijo que cuando quieres a alguien, nunca se va del todo. Pero las mariposas se habían ido. Él dijo que regresarían, que siempre regresan. Pero yo ya no sentía ningún cosquilleo en el brazo.
Esa noche, los monstruos se arrastraban debajo de mi cama y cuchicheaban mi nombre. Yo temblaba, sola bajo las sábanas. ¡Quería a mi abuela! Recargué su escoba en la cabecera y hundí la nariz en su almohada. Al principio pude oler a nixtamal y rosas, pero después de un rato el olor se había desvanecido. No había nadie entre los monstruos y yo.
Terminó la temporada de las rosas y comenzó la de las cempazúchitls.
Era la temporada en la que se celebra el día de muertos, cuando recordamos a los que se han ido. En el mercado, compramos veladoras y pan de muertos, decorado con huesitos cubiertos de azúcar. Mamá escogió una bolsa de naranjas y cuando las olí sentí que la nariz me picaba. Yo compré una calaverita de chocolate y azúcar.
Después de la comida, papá puso la ofrenda. Mamá colocó veladoras, naranjas y una foto de la abuela. Recargué su escoba en el altar y adorné la mesa con maíz y pétalos de rosa. Cuando empezó a anochecer, la luz adelgazó como el humo. Mamá encendió las veladoras y sus llamas despejaron las sombras.
Papá dijo: “me acuerdo de la abuela”. Mamá dijo: “recuerdo que ella me enseñó a cocinar”.
También traté de recordarla, pero parecía que estaba lejos, muy lejos. Toda la noche, las veladoras iluminaron la ofrenda. Me dormí con el olor a maíz y rosas.
En la mañana, fuimos caminando al cementerio. Todos los vecinos estaban ahí limpiando las tumbas de los antepasados y adornándolas. Yo puse flores en la tumba de mi abuela y me comí la calaverita de chocolate.
Los vecinos alborotaron el cementerio con sus canastas llenas de comida, con flores, historias, y música. Un señor cantó las canciones favoritas de la abuela. De repente, vi un pequeño parpadeo en el cielo. Era una mariposa.
Pronto las tumbas y las cruces estaban cubiertas de aleteos dorados. Una de las mariposas se posó en mi brazo. Abanicaba la luz del sol con sus alas y me hacía cosquillas en el brazo con sus patitas.
Entonces me dije: “recuerdo que la abuela era valiente. Ahuyentaba monstruos con su escoba. Recuerdo su olor a maíz y rosas. Cantaba canciones y hacía tortillas y cuando me llevaba al círculo mágico realmente estaba lleno de magia.”
La mariposa batió sus alas y alzó el vuelo.
Cerré los ojos. Todavía sentía el cosquilleo. En mi cabeza escuchaba las canciones de mi abuela. Olía a nixtamal y rosas.
Ahora podía recordar a la abuela.
MARIPOSAS MONARCA
Las mariposas monarca invernan en las montañas de México. Se alojan en los bosques de oyameles, una variedad de pinos, para acumular energía que les permitirá emprender el regreso hacia el norte. Hay trece reservas para su protección en el territorio mexicano en donde cada año se alojan trescientos millones de mariposas.
La migración anual comienza en Pascua, cuando las primeras mariposas abandonan México.Siguiendo las corrientes de los vientos llegan a Texas, donde desovan en el reverso de las hojas de algodoncillo. Todas las mariposas madre mueren, dejando hasta cuatrocientos huevos que se abrirán unos días más tarde. En dos semanas, la oruga, que habrá ganado tres mil veces su peso de nacimiento, teje su capullo y se transforma en una mariposa.
Esta mariposa continuará su viaje hacia el norte y comenzará el ciclo huevecillo-oruga-mariposa una vez más. Este ciclo se repite cinco veces, cada nueva generación vuela todavía más hacia el norte hasta que la quinta generación llega a la frontera de Estados Unidos y Canadá. Finalmente, esa quinta generación abandona su hogar en el norte y vuela hasta más de dos mil millas para volver a México.
¿Cómo es que las mariposas nacidas en Estados unidos encuentran su camino de vuelta a México, un lugar donde nunca han estado? ¿Cómo logra volar tan lejos un insecto tan delicado? ¿Cómo llegan exactamente al mismo lugar, cada año, en la misma fecha? Los científicos estudian estos misterios etiquetando a las mariposas con pequeños dispositivos adheribles para registrar sus movimientos.
Cada año, las mariposas monarca regresan a México durante la temporada de muertos. Mucha gente cree que llevan las almas de los antepasados, los parientes difuntos.
Yo creo en la magia y celebro los ciclos que de ella nacen.
Peregrina.